¿ESCRACHES DEMOCRÁTICOS?

Ha vuelto a pasar. De nuevo un escrache aparatoso se ha llevado a cabo en un lugar que es templo del pensamiento y el diálogo, la Universidad. Entre los diferentes alumnos y exalumnos galardonados por su excelencia, estaba la presidenta de la comunidad de Madrid. Y surgió la polémica; que si es digna o indigna de recibir tal título; que si se lo merece o no; que si es una gloria o una vergüenza su presencia… y unos y otros fueron parapetándose en la Complutense para aplaudir o insultar a la presidenta. Una de las jóvenes galardonadas, la primera de su promoción, lanzó un discurso lleno de bilis y de incorrecciones lingüísticas contra la presidenta. Y así, lo que hubiera tenido que ser un acto de tolerancia y de fiesta se convirtió en una bronca vergonzosa de insultos, descalificaciones, golpes, patadas y amenazas. La policía tuvo que proteger a la presidenta, que tuvo que salir escoltada, y unos y otros convirtieron la Universidad en un circo de fanatismo vergonzoso.

No es la primera vez. En repetidas ocasiones piquetes agresivos de personas organizadas se han convertido en porteros violentos que deciden quién puede entrar y quien no al recinto universitario.

Ha vuelto a pasar, la clase política, en lugar de rechazar este escrache, se ha referido con tibieza al hecho aludiendo a la libertad de expresión como argumento que consiente el todo vale. Otros, incluso, se han lanzado en apoyo de los violentos aplaudiendo su acción y sumándose desde su poltrona a esta pretendida reivindicación.

A mí, qué quieren que les diga, como educador me hace sentir vergüenza. Ver a jóvenes enfrentados y enardecidos violentamente entre ellos por cuestiones políticas me parece penoso. Ver a políticos jaleando desde la tribuna esta bronca me parece radicalmente injusto, populista y canalla.

Da igual el signo político de la persona escrachada, da igual su credo, su sexo o sus convicciones, los escraches –y hay que decirlo con claridad- son una auténtica vergüenza, un acto de violencia e intimidación que no tiene nada que ver con la libertad de expresión. Los escraches son a la democracia lo que las bofetadas son a la educación. Son injustificables. Cuánto se agradecería que, políticos de diversos signos, condenaran estos injustificables sin ningún paliativo.

Los educadores estamos llamados a construir la libertad de nuestros jóvenes, a proporcionar argumentos éticos para defender las propias convicciones, a enseñar el respeto y la tolerancia, incluso con aquellos que piensan distinto. Desde la educación, tenemos que condenar el aborregamiento de las masas de cualquier signo que amenazan y coaccionan a las personas.

Cuando recientemente hemos visto el ultraje que han vivido los parlamentos de Estados Unidos o Brasil, deberían nuestros políticos dar ejemplo de respeto, de conducta democrática y de diálogo. La conducta de nuestros parlamentarios con frecuencia está siendo acicate para comportarse antidemocráticamente.

La gente merece que sus representantes públicos sean referentes de diálogo. Aplaudir estos actos de intransigencia desde tribunas políticas es querer apagar fuegos con gasolina. Los jóvenes necesitan que sus políticos sean artífices de la paz.

No condenar estos actos es una cobardía que da alas a la injusticia y a la tiranía.

JOSAN MONTULL

El peor vecino del mundo

Volver a vivir: EL PEOR VECINO DEL MUNDO

Dirección: Marc Forster (USA 2022)

Guion: David Magee.

Música: Thomas Newman

Fotografía: Matthias Koenigswieser Reparto: Tom Hanks, Mariana Treviño, Manuel García-Rulfo, Rachel Keller, Cameron Britton.

En 2015 la película sueca “Un hombre llamado Ove” se convertía en candidata al óscar a la mejor película internacional. Años después el eficaz director estadounidense Marc Foster realiza un remake del film anterior en el que cuenta con una extraordinaria baza: el actor Tom Hanks.

Excepto en rarísimas excepciones (“Elvis” y “Camino a la perdición”), Hanks ha representado en el cine a personajes honestos, buenos, morales y coherentes. La elección de Hanks para interpretar al cascarrabias Otto, es garantía de éxito. Y, efectivamente, estamos ante una buena película.

Otto Anderson (Tom Hanks) es un viudo malhumorado y obstinado. Recién jubilado de su trabajo, pasa su vida controlando que, en su calle, todos cumplan las normas de circulación, de orden y de limpieza. Todo este control lo hace de modo obsesivo y solitario, manifestando una actitud permanentemente agresiva y antisocial.

Otto no quiere vivir. No soporta la muerte de su amada esposa y en varias ocasiones intenta poner fin a su vida. Pero, a pesar de la minuciosidad con la que va planeando sus intentos de suicidio, todo le sale mal.

Un día una alegre y joven familia hispana se muda a la casa de al lado, Otto encuentra la horma de su zapato en la espabilada, y muy embarazada, Marisol, lo que conlleva a una muy improbable amistad que pondrá su mundo patas arriba.

El film acierta en irnos desvelando poco a poco la historia de Otto y los motivos que le han llevado a su tristeza y amargura. La historia de amor y fidelidad de Otto va apareciendo poco a poco en los recuerdos del protagonista. El espectador va descubriendo que, tras el insoportable carácter de este vecino insoportable, hay una historia de aflicción que necesita ser comprendida. Con frecuencia visita la tumba de su esposa Sonya y le va contando sus novedades.

La relación con la nueva familia, como no podía ser de otro modo, hace que Otto empieze a mirar el mundo con otros ojos. Poco a poco va descubriendo la bondad de las personas, la dignidad de cada vecino, la necesidad de perdonar y perdonarse, la belleza de la vida y la donación. Ante sus ojos va desfilando el vecindario de siempre, la familia nueva con niñas juguetonas, un joven transexual y hasta un gato solitario. Otto empieza a ver a los demás y a él mismo con otros ojos. Con la ayuda de todos, se convierte en un héroe que luchará contra el desahucio de unos vecinos enfermos.

La película se ve con agrado desde el inicio. El tono de comedia es ciertamente divertido y arranca la sonrisa y hasta la risa del espectador. Conforma avanza el metraje, el film se va volviendo más profundo y emotivo, pero no desentona con lo visto hasta entonces.

Pero si hay algo memorable es la actuación de Tom Hanks. Hanks compone un personaje rico en matices que presenta con una gesticulación tan controlada como eficaz. Su rostro habla y nos lleva a una montaña rusa de emociones: el odio, el asco, la tristeza, el humor, la pena, el amor, el arrepentimiento. Esta memorable actuación está secundada extraordinariamente por Mariana Treviño, que da vida a la nueva vecina Marisol, la extrovertida, alocada, buena madre y esposa, que irrumpe en la vida de Otto como un auténtico torbellino y removerá su tristeza haciéndole exteriorizar todo el dolor que le consume por dentro.

“El peor vecino del mundo” es tan previsible como hermosa, tan tierna como humana, tan simpática como profunda. Es un auténtico canto a la vida, la familia y la buena vecindad. El mensaje es muy claro, sólo podemos cambiar y ser felices si nos damos generosamente a los demás. Una bellísima historia de redención, en nada empalagosa.

Después de verla, el espectador sale deseoso de ser mejor persona.

JOSAN MONTULL

HUMANOS 

El pasado mes de Junio una avalancha de migrantes subsaharianos llegaron a Melilla intentando entrar en Europa, paraíso soñado por ellos desde hacía mucho tiempo. La valla cedió, las policías golpearon con violencia a los migrantes y hubo –oficialmente- 23 muertos, si bien algunas fuentes dicen que se llegaría a una cincuentena. 

Parece que las policías –marroquí y española- se vieron superadas y el caos que se produjo tuvo esas consecuencias tan horrendas. 

Un grupo de inmigrantes subsaharianos intentan saltar la valla de Melilla. (Foto: Getty)

A partir de ese momento, las acusaciones políticas volaron en una y otra dirección. Se solicitó la dimisión del ministro del interior de España, otros acusaban directamente a Marruecos, algunos decían que no había que confundir la dedicación de las fuerzas del orden con la ineptitud de algunos políticos…descalificaciones, insultos, acusaciones, reivindicaciones populistas…todo un cúmulo de diatribas han ocupado los medios de comunicación. 

Y ahí están las imágenes; seres humanos golpeados, arrastrados, amontonados, muertos y vivos, ante la mirada de los guardias, gemidos, gritos de dolor y angustia…seres humanos. 

Cada uno de esos hombres hacinados es un ser humano, una persona, con sus aspiraciones, sus sufrimientos, sus seres amados, su familia. Más de 5.600 migrantes han muerto desde 2021 en su intento de llegar a Europa. El Mediterráneo se ha convertido así en una inmensa tumba para muchos desheredados. 

Esas imágenes no pueden dejarnos indiferentes. Es Dios mismo el que está siendo apaleado, arrastrado y asesinado. Durante estos días vamos a celebrar la Encarnación del Hijo de Dios, un hijo que más tarde fue crucificado por los poderes del momento ante la indiferencia de muchos. 

Celebrar la Encarnación es descubrir que en cada migrante que buscar vivir con dignidad y es víctima de tanto sufrimiento se esconde el latido de un Dios que, lejos de permanecer en un Cielo alejado, se ha hecho uno de los nuestros y se manifiesta en la fragilidad de Belén, porque no hay sitio en la posada o en la valla de Melilla porque no tiene sitio en Europa. 

Josan Montull 

LA PARÁBOLA DEL BUEN VOLUNTARIO 

Todos la conocemos muy bien. Su historia la tenemos grabada en la memoria y en cuanto escuchamos las primeras frases, ya sabemos cuál va a ser la narración.  

Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó…”. Ya está, no necesitamos más, es la parábola del buen samaritano. La historia, narrada maravillosamente por Jesús, cuenta que un hombre que bajaba de Jerusalén es atacado y abandonado en el camino, dado por muerto. En esta situación agónica, por fin pasa un hombre, era un piadoso sacerdote, luego pasa un levita muy devoto y, viéndolo, se apartan y continúan su camino dejando al hombre muriéndose. Ambos seguían la prescripción legal de no tocar cadáveres para que no quedar impuros ante Dios. Finalmente pasa por allí un samaritano del que no se puede esperar nada bueno porque era de otra raza, cultura y religión, de un pueblo enfrentado con sus vecinos. Sorprendentemente el extranjero atiende al malherido con un cuidado exquisito y, con una naturalidad excelente, le salva la vida.  

Es muy probable que, en el imaginario de los oyentes de la parábola, estuviera la convicción de que tanto la víctima como los dos devotos caminantes que la evitan, bajaran del Templo, el lugar de encuentro con Dios. De lo que no cabía duda era que el samaritano no bajaba del Templo. Ellos tenían otras tradiciones religiosas e, incluso, otro Templo.  

A partir de la aparición de este personaje extranjero, los verbos que se utilizan son profundamente significativos.  

  • El samaritano vio al malherido 
  • Se compadeció de él. 
  • Se acercó
  • Le curó
  • Lo montó en su cabalgadura. 
  • Lo llevó a una posada. 

Casi sin quererlo, el evangelista, al referir esta parábola de Jesús, describe las características de las personas que hacen algún tipo de voluntariado. 

La persona voluntaria es la que camina al lado de los necesitados, ve su realidad sin mirar para otro lado, experimenta un sentimiento de compasión que le lleva a pararse y a acercarse al que sufre. Luego toca su dolor, la causa de su sufrimiento, se compromete con él, hace lo que puede para aliviar su situación para posteriormente acercarlo a un centro especializado donde le puedan atender con profesionalidad. Hecho esto, el voluntario desaparece y continúa su camino con los ojos bien abiertos y el corazón dispuesto a volverse a conmover. 

Siempre me ha gustado imaginar qué hubiera ocurrido si la parábola hubiera continuado. Estoy convencido de que nuestro amigo samaritano se sentiría feliz por ser útil a un menesteroso, imagino que seguiría su camino con más alegría que cuando lo emprendió. Cuando llegara asu pueblo y contara su historia, algunos amigos no entenderían la solidaridad con un extraño y potencial enemigo, otros se crearían muchos interrogantes; sus hijos -si es que los tenía- escucharían boquiabiertos y admirados la hazaña sencilla de su padre; su esposa se sentiría más enamorada que nunca de aquel hombre bueno. Al día siguiente, y sigo imaginando, subiría al templo del monte Garizím para dar gracias a Dios por el don de la misericordia que le había llevado a atender la vida de un judío que, de no ser por él, probablemente estaría ya muerto. 

En la actualidad hay muchos samaritanos junto a nosotros; hombres y mujeres que, independientemente de sus razas, opciones políticas o credos, hacen de la solidaridad una bandera. Los hay quienes dedican su tiempo a ser monitores en Centros de Tiempo Libre, otros cuidan ancianos que están solos, otros atienden el teléfono de la esperanza, otros participan de proyectos que atienden a personas con adicciones, enfermos, indigentes, personas discapacitadas, niños y niñas, jóvenes, familias, inmigrantes y refugiados/as, reclusos/as y ex-reclusos/as, personas sin hogar… 

Incluso algunos se hacen la maleta y marchan un tiempo a países de Tercer Mundo a colaborar en lo que buenamente pueden para practicar la misericordia. 

Son los voluntarios y voluntarias, profetas cotidianos que nos enseñan el valor de la compasión y la entrega, gente buena que –lejos de sumarse al rebaño los que miran hacia otro lado- son capaces de dar y darse. Cuando acaban su servicio, siguen su camino, como el samaritano y, como el samaritano, salen más alegres, conscientes de que reciben mucho más de lo que dan. Para los no creyentes son testigos de que el amor es más importante que la religión. Para los creyentes son signos vivos de que la única religión verdadera es la que nos lleva a amar. 

JOSAN MONTULL