CON LOS BRAZOS EN CRUZ

CON LOS BRAZOS EN CRUZ

Los datos de los recientes informes PISA no nos dejan muy bien. Al parecer, la educación de nuestro país ha suspendido clamorosamente y nuestros jóvenes se sitúan a la cola en la UE. Finlandia parece ser el paraíso de la pedagogía y se lo invoca reiteradamente para cantarnos sus excelencias y producirnos sonrojo. No falta quien reivindica la escuela de antes, seria, disciplinada y en la que reinaba siempre el orden. Yo, qué quieren que les diga, no la añoro ni en broma. Hay experiencias para todo, pero la mía no fue muy feliz.

A la escuela de mi infancia les debo bastantes cosas. Una de ellas es la grima y el repelús que me produce una cierta manera de educar, precisamente la manera que viví en la Escuela.

Recuerdo mis años de infancia en la Escuela desde la tristeza, la represión y la falta de amor. No podré olvidar nunca a don Francisco, el profesor de Educación Física (Gimnasia, entonces) y de Política (Formación del Espíritu Nacional, entonces).Don Francisco era uno de aquellos tipos arribista y trepa, cuya militancia política en la dictadura de la época le había llevado a tener un trabajo en un instituto. No tiene ni el bachillerato, decían algunos; nunca lo supimos; don Francisco, que siempre nos trataba de usted, era tan impenetrable, serio y borde que creaba una distancia fría y seca con todo el alumnado.

No he olvidado sus clases. Salíamos los niños con pantalón corto de lona y camiseta de imperio y comenzábamos a correr para el calentamiento. Dos niños le iban a buscar a don Francisco un sillón de madera en el que se sentaba en el centro del patio. Vestido elegantemente con traje, corbata y gafas de sol muy tintadas, don Francisco parecía un príncipe caprichoso que, inmóvil e impertérrito, daba órdenes sin vacilar: más rápido, cambien, palmada en el aire… Filas!. Cuando decía ¡filas! corríamos todos frente a él y nos formábamos cuatro filas largas para hacer la tabla. Firmes, cubrirse, descanso… Justo en aquel momento, cuando los niños estábamos en aquellas filas, se oía seca y fuerte la voz: Piernas abiertas en salto y brazos en cruz, ¡uuuhmp! Aquel ¡uuuhmp!, aquella especie de gemido viril e ininteligible era la clave para hacer el ejercicio. Era un ¡uuhmmmp! marcial, militar y contundente. El ejercicio debía hacerse en aquel preciso momento, todos de vez, al unísono, dando el saltito de marras y levantando los brazos como crucificados. No faltaba quien se adelantaba dando un brinco a destiempo. Todos conteníamos entonces la respiración. Don Francisco le llamaba, el pobre niño avanzaba temeroso hacia él; el profesor, como una esfinge se incorporaba esta vez y le soltaba un guantazo que resonaba sin que nadie dijera una palabra. Si el niño lloraba, don Francisco se reía diciéndole que los hombres no lloran, que la lágrima no es varonil, que llorar es de nenas.

El invierno era mejor. Cuando la niebla y el hielo se hacían presentes en el campo de tierra, don Francisco no salía, se quedaba protegido del frío en un pasillo tras unos cristales que daban al patio mirándonos fijamente, sentado, eso sí, en el sillón de madera. De vez en cuando limpiaba el vaho con los guantes. Los niños corríamos más para no congelarnos y mentábamos en voz baja a los antecesores de aquel hombre, que debían pertenecer a alguna rama de mamíferos con una cornamenta espectacular.

Pero también en mi niñez, además de un cura extraordinario y de unas religiosas entrañables, tuve un maestro que me cautivó, don José. Era un hombre afable, paciente y bueno. Tenaz pedagogo, era también un excelente narrador de leyendas y de Historia Sagrada con las que nos tenía boquiabiertos. Nos llevaba de excursión y el día de su santo nos invitaba a su casa. Si alguno caía enfermo, don José iba a verlo acompañado de algún niño de la clase.

Nunca nos pegó. Nunca nos humilló; nos escuchaba y nos sonreía.

Han pasado muchos años y los tiempos, gracias a Dios han cambiado. Los profesores y profesoras hoy tienen otro sentido de la educación que en nada tiene que ver con los desmanes de don Francisco; la humillación ha sido desterrada de las aulas y las técnicas pedagógicas son hoy revolucionarias. La Educación Física tiene unos contenidos muy serios y la informática y los idiomas han entrado al abordaje de la educación y de la vida. Ya no hay actitudes semejantes a las de aquel canalla.

Hoy atisbo, eso sí, otro peligro; es tal el cambio de leyes, el inmisericorde papeleo, la burocracia desmedida que acosa a los enseñantes que puede que en la Escuela se corra el riesgo de no implicarse, puede que el cansancio agote a muchos profesionales, puede que la distancia de los chavales sea hoy una tentación en muchos educadores; tentación que ahora se manifieste en la inhibición o en centrarse exclusivamente en el programa y los papeles. La pedagogía de don José estaba fundada en el respeto, la exigencia, la cercanía y el afecto.

Hay, por otra parte, una relegación de las asignaturas humanísticas y filosóficas; intuyo un cierto utilitarismo en lo que se enseña. En el asunto de la trasmisión de valores existe un miedo que lleva a escurrir el bulto y a delegar en otras instancias la responsabilidad de la transmisión de la ética y la apertura a la trascendencia.

Creo que en esta sociedad nuestra los chavales reivindican hoy de sus educadores un amor claro y concreto, que sea referente y sincero. Ese amor no tiene que ser en absoluto paternalista ni facilón; con frecuencia les hemos dado muchas cosas a los jóvenes para hacerles callar y no hemos tenido tiempo para escucharles, marcarles límites y ayudarles a corregirse.

Ya sé que los informes PISA no son muy halagüeños, ya sé que no es nada fácil estar en la escuela y aguantar el tipo…pero, pese a todo, prefiero estos tiempos, abiertos, innovadores, cooperativos, imaginativos; y créanme, cuando oigo a algún educador que dice que con los jóvenes ya no se puede hacer nada, recuerdo a don Francisco gritándonos: ¡piernas abiertas en salto…! animándose a sí mismo a comenzar la ronda de las humillaciones.

Por eso cuando veo a muchos educadores volcándose en la educación de los jóvenes, creyendo en su futuro, en su bondad y su talento…me admiro por su esfuerzo y recuerdo el cariño y el respeto de Don José que, en tiempos difíciles, nos quiso y se desvivió por nosotros como alguien que hace 2000 años entrego su vida… con los brazos en cruz.

 

JOSAN MONTULL

 

Texto publicado el 3 de Noviembre de 2017 en el Diario del Altoaragón en la sección «TRIBUNA ALTOARAGONESA» Opinión.

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