Desde hace muchos años dedico mi vida a la educación de adolescentes y jóvenes. En un ambiente donde lo religioso aparece cada vez más irrelevante, soy consciente de que como educador creyente soy también educador de la fe. Creo que hay algunas cosas que debería hacer y ser para vivir como evangelizador. Empezaré por esto:
Lo que debería ser y hacer:
- Ser testigo del evangelio en medio de un mundo roto donde existe en gran medida la explotación juvenil.
- Aprovechar las situaciones concretas que se van viviendo para ayudar a revisar la vida desde el evangelio.
- Fomentar mucho la relación personal con cada chico o chica ayudando a que cada uno de ellos se encuentre con el misterio de uno mismo (la mayoría de estos chicos no se conocen o se infravaloran, de ahí surgen muchas violencias).
- Creer siempre que cada chico o chica, por más desajustados que estén, son portadores del misterio de Dios, teniendo presente que la acogida de los pequeños es una condición para entender el Reino de Dios. Todo esto comporta amarles por lo que son y por lo que pueden ser…amarles aunque no respondan a nuestras prupuestas.
- Ser plenamente solidario con la vida de los jóvenes, tanto en los momentos de fiesta como en los de dolor, ayudando a darles sentido (las notas, la enfermedad, el conflicto con otros, los problemas en casa, la obtención de un título…).
- Estar presente en medio de los jóvenes. Estar siempre alegre y sereno.
- Ser yo mismo testigo claro de lo que quiero anunciar (No ser violento en mis formas, perdonar siempre, acoger siempre, animar siempre…).
- Preferir las personas a las actividades y las instituciones por más que éstas estén al servicio de los pobres.
- Ayudar a que entiendan la fiesta como celebración de la amistad, sustituyendo progresivamente el concepto de fiesta como ámbito donde colocarse y pasar de los demás.
- Favorecer actividades colectivas en las que puedan experimentar el valor de hacer cosas por los demás (excursiones, teatro, experiencias de voluntariado, acampadas, trabajos…).
- Denunciar la injusticia desde el evangelio (droga, explotación, falta de trabajo, marginación, homofobia, xenofobia, inmigración forzada, machismo…). Anunciar un estilo de vida basado en el amor.
- Ser consciente de que soy hombre de Iglesia; por tanto, actuar no por cuenta propia sino sintiéndome enviado; eso implica, a su vez, sentirme enviado también en sentido inverso: desde los chavales a la Iglesia.
- Reconocer que la diversa procedencia étnica, geográfica y religiosa que tenemos en nuestros ambientes es una posibilidad y una fuente de riqueza humana.
- Trabajar siempre en grupo. Crear una comunidad de educadores ayudando a reflexionar, a la luz de la fe, las cosas que se van viviendo con los chavales.
- Rezar, reconocer que sólo soy instrumento, no protagonista. Poner mi fragilidad en manos de Dios para que sea Él quien tome mi vida y la transforme para que yo pueda trasformar un poquito otras vidas.
- Proponer a los que lo deseen iniciar un itinerario de fe en grupo, acercándoles a Jesús de Nazaret como referencia vital que da sentido a la vida.
- Celebrar la fe y la eucaristía con aquellos que lo deseen con un lenguaje provocador y sencillo, con gestos que puedan ser leídos y entendidos por los chavales, aunque no sean muy oficialmente litúrgicos.
- Actuar con la convicción de que todos los momentos, buenos o malos, que se viven con los jóvenes son relativos y hay que aprovecharlos todos para ir construyendo la educación. Los éxitos y los fracasos hay que valorarlos al cabo de mucho tiempo. Pedro negó tres veces y aquello no terminó en un fracaso.
- Tener presente que Jesús de Nazaret ha roto la separación entre lo religioso y lo profano. El velo del Templo ha quedado rasgado. El encuentro con el Dios de Jesús no se da principalmente en ambientes piadosos sino en las periferias y con los excluidos (Mt 25).
Con todo lo dicho, queda claro que muchas veces no soy un buen educador cristiano porque con frecuencia:
- Quiero imponer mi criterio y no me esfuerzo por entender que estos no son los de los chavales.
- Quiero ir muy deprisa por lo que muchas veces pierdo la paciencia.
- Tengo tantas cosas que hacer que con frecuencia paso al lado de los chavales sin darme cuenta del problema que tienen y que quieren compartir conmigo.
- Convierto a veces la programación, la revisión, la evaluación el mucho papeleo en la excusa perfecta para alejarme de los jóvenes diciendo que no tengo tiempo.
- Estoy en una tensión tal que me dificulta la acogida.
- Tengo pereza en organizar cosas sencillas pero que llevan trabajo.
- Me olvido de que soy persona de Iglesia. Me creo mejor que la Iglesia, ignorando que es ella la que me ha dado a conocer a Jesucristo y la que un día me presentó la vida de los jóvenes.
- No acabo de descubrir que la vida de los chavales es un misterio que me ayuda a descubrir el Misterio y me interpela en mi fe y en mis convicciones. Cada joven es una Palabra de Dios para un educador cristiano.
- Paso del grupo de educadores y voy por libre abusando de mi intuición y pidiendo que sean ellos los que vayan tras de mí.
- Soy excesivamente apasionado y valoro sobremanera tanto los éxitos como los fracasos.
- Tengo tantas cosas que hacer que me olvido de rezar.

Pero creo que, pese a todo, mi trabajo como educador cristiano tiene un sentido y me siento llamado por el señor Jesús a ser un humilde constructor del reino de Dios en medio de todos los chicos y chicas con los que convivo, de manera especial, con los más desfavorecidos y más necesitados.
JOSAN MONTULL