ESCUCHAR

Parece que el oído es de los primeros sentidos que desarrollamos cuando somos bebés, antes, incluso, que la vista. Ya en el seno materno oímos y percibimos a través del sonido la alegría, la esperanza, el miedo, la angustia … de la madre y de los cercanos.

Cuando somos pequeños nos arrullan con sonidos cariñosos, nos cantan nanas, nos comunican sentimientos a través de las palabras.

Oír es para nosotros en algo fundamental que nos ayuda a crecer y a ser lo que somos. La voz humana se convierte en el bálsamo que nos va meciendo y formando para que aprendamos a ser.

Siempre estamos creciendo, no acabamos nunca de hacerlo. Por eso necesitamos mirarnos a la cara, dedicarnos tiempo y calma para escucharnos, comunicarnos y expresar lo que somos, a la vez que las palabras del interlocutor encuentran eco en mí.

Pero no siempre es fácil escuchar. Ahora hay mucha gente que va a la suya, que no escucha, que no se detiene con paciencia a oír al otro. La vida digital y las redes sociales han trastocado la comunicación. Por una parte, han ampliado el radio de la información y nos hacen llegar con rapidez a todas las geografías físicas y humanas; pero, por otra, han matado la calma y la espera, han escondido el misterio y han llenado de vacío las palabras. Nos estamos volviendo sordos a la escucha del otro; sordos para escuchar el silencio; sordos, incluso, para escucharnos a nosotros mismos.

Necesitamos escuchar a los otros con calma, regalándoles el tiempo y la comprensión. Precisamos escuchar con el oído y el corazón

También nosotros tenemos necesidad de ser escuchados, de que alguien se detenga para hacernos caso, para que le podamos contar qué nos pasa, para abrir nuestro interior y desvelarlo a quien, sin juzgarnos, es capaz, simplemente, de dedicarnos su tiempo.

En medio del griterío y de sonidos estridentes y huecos, urge la calma, la serenidad para que la voz humana pueda resonar en nuestra vida y nos ayude a ser lo que somos para que nos puedan decir y podamos decir “Gracias por escucharme”.

JOSAN MONTULL

AGRADECIDO

Agoniza el verano y nos preparamos para el comienzo frenético de las actividades que en Septiembre despegan enloquecidas. Finaliza un verano en el que, sorteando la pandemia, hemos vivido momentos informativos absolutamente vacíos, como el traspaso de un futbolista que lloraba compungido ante unas cámaras para sonreír feliz al día siguiente ante otras. Varias noticias han sido inquietantes: olas de calor, deshielos brutales, terremotos devastadores, contaminación del mar… No ha faltado la maldita y sempiterna violencia machista y vicaria, que se lleva por delante la vida de mujeres a manos de quienes -debiendo amarlas- se han creídos sus propietarios, o de los propios hijos, utilizados como víctimas para dañar a la pareja con una crueldad abyecta.  Ha seguido el goteo de la tragedia en el Mediterráneo, que engulle en sus fauces inmigrantes inocentes. Se ha continuado hablando de Ceuta y de los chavales marroquíes que huyen de unos y otros ansiando libertad mientras muchos mandatarios miran hacia otro lado. También nos hemos horrorizado mientras veíamos violencia callejera e irracional entre jóvenes que ha acabado incluso con la vida de alguna persona. Y luego ha llegado la tragedia de Afganistán, que ha supuesto una vergüenza sin precedentes para Occidente y un drama humanitario terrorífico e imprevisible.

Pero en medio de todo esto, he encontrado momentos maravillosos y motivos de agradecimiento a muchas personas, que nunca saldrán en los medios y cuyas vidas me ayudan a ser lo que soy. Por eso, a través de estas líneas, quiero dar las gracias:

  • A los animadores y animadoras con los que hemos hecho, por fin, Campamentos con niños y niñas necesitados de jugar después de un año de privaciones. A aquellos jóvenes que luego hicieron cursos para titularse como monitores y directores de actividades de Tiempo Libre, sacrificando diez días de su ocio y descanso.
  • A las familias que reorganizaron sus vacaciones y voluntariamente se prestaron para atender la cocina en esos días, con eficacia, alegría y una ternura primorosa.
  • A Teresa y a Quim, misioneros en Cuba y en Ecuador respectivamente, que comparten su vida con personas empobrecidas y necesitadas y han podido visitar unos días a sus familias en nuestro país.
  • A mis amigos José Esteban, Rosa y el pequeño-gran Esteban, que me acogieron en su hotelito La Llosa de Fombona en Asturias con una familiaridad extraordinaria.
  • A Luis y Ana, que ilusionadamente preparan su boda en unos tiempos en los que se rehúyen los compromisos y asustan las responsabilidades.
  • A mi amigo José Antonio, que ha aceptado ser obispo de Teruel, respondiendo valientemente a una llamada más a la renovación y la frescura de la Iglesia que busca el papa Francisco. 
  • A los curas y laicos que han tenido la paciencia de escuchar mis reflexiones en los Ejercicios Espirituales que he animado en Cataluña y Guadalajara.
  • A Abdelmajid, a quien me encontré después de dos años de compartir mano a mano con él un testimonio para jóvenes de amistad interreligiosa y nos saludamos con un sincero Salam Aleikum.
  • A los chavales que me felicitaron el día de mi cumpleaños y me hicieron un regalo precioso que guardo como oro en paño.
  • Al pequeño C., que -con casi 13 años- me abrazó una tarde y, con los ojos húmedos, me prometió que el curso que viene no le pondrían ni un parte de comportamiento en la Escuela.
  • A Assim, de 19 años, a quien conocí hace unas semanas y fue para mí un testimonio de bondad y superación, mientras busca trabajo y futuro frente a trabas legales y burocráticas.
  • A M., que nos hizo llorar cuando nos contó cómo fue su lucha por dejar la droga.
  • Y a tantas y tantas personas buenas con las que me he cruzado este verano; personas capaces de sonreír y ayudar, de escuchar y echar una mano.

Son ésas las personas que te animan, sin pretenderlo, a dar gracias a Dios por la vida, a creer en el ser humano, a afrontar con esperanza un nuevo curso, a renovar la certeza de que en nuestras propias manos está ir construyendo un mundo más humano y libre, en el que se eclipse la tristeza y vaya amaneciendo la fraternidad.

JOSAN MONTULL