Monstruo

Laberinto monstruoso: MONSTRUO

Reparto: Soya Kurokawa, Hiragi Hinata, Sakura Ando

Música: Ryuichi Sacamoto

Guion: Yoji Sakamoto

Dirección: Hirokazu Koreeda (Japón 2023)

El brillante cineasta japonés Hirokazu Koreeda tiene, entre muchos otros méritos, el de trabajar el tema de la infancia con una absoluta delicadeza y profundidad. Obras como Broker, Nadie sabe o Un asunto de familia, por ejemplo, son ejemplos de este acercamiento inteligente al mundo de la infancia.

Con “Monstruo” Koreeda entra en el mundo del bullyng.

Cuando su joven hijo Minato empieza a comportarse de forma extraña, su madre siente que algo va mal. Al descubrir que el responsable de todo ello es un profesor, irrumpe en la escuela exigiendo saber qué está pasando. Pero a medida que la historia se desarrolla a través de los ojos de la madre, el profesor y el niño, la verdad va saliendo a la luz, poco a poco.

El film juega al desconcierto desde sus primeras imágenes. Los mismos hechos son revisados por los distintos protagonistas: la madre del niño supuestamente acosador, el niño acosado, su padre, el acosador, el maestro, la directora de la Escuela… conforma la narración va fluyendo y cambian las miradas de los diversos protagonistas, asistimos a unos permanentes giros de guion que nos desconciertan y nos hacen tomar conciencia del misterioso laberinto de los sentimientos infantiles.

“Monstruos” se convierte así en un complicado puzle que el espectador debe montar para juzgar un hecho aparentemente trivial y descubrir las ramificaciones que contiene.

Temas como la moral, la familia, la escuela, la crueldad, la amistad, el maltrato, el remordimiento…van apareciendo a lo largo del metraje tratados con una sutiliza extraordinaria.

Mención especial merecen las interpretaciones de los niños protagonistas que consiguen atrapar al espectador y hacerlo entrar de puntillas en el misterioso mundo de los sentimientos infantiles.

Por otra parte, la música de Ryuichi Sakamoto subraya eficazmente la fascinación que desprende la película.

Una pequeña joya, un prodigio de sensibilidad que sigue provocando preguntas después de su visionado.

Josan Montull

ACOSADORES Y VÍCTIMAS

¿Qué ocurre en la mente de un menor que maltrata a otros? ¿Qué extraño sentimiento puede percibir al acosar, normalmente, junto a otros, a un niño o niña más frágil? ¿Qué puede experimentar a ver la impotencia del acosado, su miedo y su destrucción?, ¿Cómo es posible que el acosador no tengo un sentimiento de empatía que le lleve a ponerse en la piel de la víctima?

Vivimos en una sociedad que mira asustada cómo el fenómeno del bulling se extiende vertiginosamente. Parece que uno de cada cuatro menores ha experimentado un cierto acoso en su ambiente con otros menores. Las redes sociales han amplificado este fenómeno para sacarlo de las aulas o las calles y llegar, desde el más cobarde anonimato, a la intimidad de la vida de esas víctimas.

Nos llegan de vez en cuando noticias de autodestrucción de jóvenes víctimas que se resisten a vivir en un entorno donde todo se ha convertido en miedo y desprecio.

¿Qué nos está pasando?

Dios me libre de buscar una solución fácil, el tema es muy complejo. Pero hay varias cuestiones que me parecen importantes.

· Hay que poner la mirada, no tanto en la víctima, cuanto en el agresor. Hay que trabajar el tema con él o con ella, desplegar toda la fuerza de la educación y de la exigencia contra aquella persona que corre el riesgo de convertirse en una maltratadora en un futuro.

· Hay que simplificar mucho los farragosos trámites protocolarios que los Centros Educativos tienen que hace ante el acoso. La burocratización de un sistema educativo cada vez más impersonal está llevando a que la gran atención de los Centros ante estos temas se derive a redactar informes con un sinfín de protocolos que exigen un desgate y agotamiento tremendo en los claustros.

· Hay que contar con jóvenes referentes (monitores, voluntarios, entrenadores…) que afeen y menosprecien las conductas del agresor. El acoso no es un tema exclusivamente escolar, va mucho más allá de las aulas. Las redes sociales y la gran cantidad de relaciones extraescolares que viven los chavales hace que con frecuencia el acoso no se circunscriba al entorno escolar, sino que vaya más lejos y persiga a los acosados a su propio hogar. No sólo el profesorado adulto debe ocuparse del tema… los jóvenes tienen una gran palabra, menos mediatizada por protocolos y documentos, más avalada por la autoridad moral que muchos jóvenes tienen.

· Hay que desterrar de la vida pública (la política, las relaciones sociales…los insultos, las vejaciones, las descalificaciones y burlas con las que los adultos esgrimimos la indecencia y hacemos de nuestros acosos un espectáculo sonrojante.

Hay que seguir apostando por los chavales; urgen medidas correctivas serias con los que juegan a acosar, urge el control de las redes sociales de los que tienen la sospecha de hundir la dignidad de otros. Urge que las familias con hijos acosadores vean todo el peso de la legislación en ellos.

No podemos seguir así, ya no podemos mirar hacia otro lado.

El acoso entre los menores es una realidad instalada en la cultura de muchos chavales que juegan a destrozar a los demás porque está de moda, sin reflexionar sobre lo que hacen a otros y se hacen a sí mismo.

En el fondo, el acoso a los menores es el espejo en el que los adultos podemos sentirnos reflejados; adultos que hemos construido una sociedad que se empeña en desterrar el amor.

JOSAN MONTULL

CONSTRUIR LA VIDA

Desde hace un tiempo se está hablando del suicidio. Ha sido un tabú y hemos intentado esconder el tema para no provocar estigmas en las familias que han vivido en su seno este drama, pero lo cierto es que la cuestión está ahí y cada vez preocupa más, sobre todo sabiendo que es la mayor causa de mortalidad entre los jóvenes de 15 a 29 años, por encima, incluso, de los accidentes de tráfico. La realidad es así de fría y dura: en nuestro país están creciendo preocupantemente los suicidios de niños y jóvenes.

No podemos mirar a otro lado, hay adolescentes y jóvenes en nuestros ambientes que manifiestan poco apego a la vida, menosprecio de sí mismos y la certeza de que son una carga para los demás.

El bulling, la despersonalización de las redes sociales, el culto a la estética y al dinero, la falta de buenos modelos de identificación, la banalización de la vida… no sabemos dónde está la causa. Por otra parte, nuestro modelo cultural está arrinconando la trascendencia y menospreciando lo religioso, de modo que la vida humana no tiene una visión que mira al más allá.  Por eso deberíamos preguntarnos qué es lo que le pasa a una sociedad del bienestar cuando aumenta el número de chavales que no quieren vivir.

Incluso se detectan cada vez más trastornos psiquiátricos y mentales en los adolescentes. Si, además, hay utilización de estupefacientes, las conductas tienen más peligro.

Habrá que revisar qué estamos haciendo mal, qué valores transmite nuestra sociedad, qué modelos de referencia tienen nuestros chavales y cuáles son sus expectativas de futuro.

Urge que en nuestros ambientes educativos detectemos esta problemática. El nihilismo y la falta de sentido de la vida se están instalando en muchos ámbitos sociales. La intolerancia a la frustración que tienen muchos jóvenes a los que todo se les ha consentido lleva a algunos a la depresión y el abatimiento ante las contradicciones y dificultades que la vida presenta.

Creador: stefanamer | Imagen propiedad de: Getty Images/iStockphoto

Un gran educador, Don Bosco, decía que no sólo había que amar a los jóvenes, sino que estos debían sentirse amados. Tal vez en los sistemas sociales y educativos se haya relegado el amor. Un niño que no se siente querido no se querrá a sí mismo. Es necesario que los chicos y chicas se sientan queridos, animados, comprendidos. Urge dejarles hablar, ayudarles a que descubran lo mucho que valen. Hay que hacer posible que descubran en sus educadores a hombres y mujeres que dan testimonio, con sus acciones, de que la vida es un don maravilloso que hay que cuidar y construir.

Cada suicidio infantojuvenil es un signo terrible que pone de manifiesto las deficiencias de un estilo social que hemos creado y que va estigmatizando y dejando de lado a numerosos adolescentes. No podemos cerrar los ojos; tenemos que preguntarnos qué está pasando.

Atrevámonos a construir la vida. Atrevámonos a vivir.

JOSAN MONTULL

St. Vincent

Llamados a la santidad: ST. VINCENT

Película: St. Vincent.

Dirección y guion: Theodore Melfi.

País: USA. Año: 2014. Duración: 102 min. 

Género: Comedia dramática.

Interpretación: Bill Murray (Vincent), Melissa McCarthy (Maggie),

Naomi Watts (Daka), Chris O’Dowd (Geraghty), Terrence Howard (Zucko),

Jaeden Lieberher (Oliver).

Producción: Peter Chernin. Música: Theodore Shapiro.

Fotografía: John Lindley. Montaje: Sarah Flack y Peter Teschner.

Diseño de producción: Inbal Weinberg

La reciente exhortación apostólica “Gaudete et exultate” del Papa Francisco, en la que propone la santidad para todos, es un buen motivo para ver este película de 2014 que habla, de una manera muy original, de la propuesta a la santidad.

De vez en cuando el cine nos regala películas sencillas que consiguen tocar el corazón del espectador sin recurrir a un almíbar facilón. Cuando, como en esta ocasión, la película está firmada por un director debutante, el regalo tiene más valor porque presagia otras obras de buen cine. Éste es el caso de “St. Vincent”, película que sorprendió y fue aclamada por el público en su día en varios festivales.

El film cuenta la historia de Maggie (Melissa McCarthy) una mujer separada, que llega a un barrio de Brooklyn acompañada de su hijo Oliver (Jaeden Lieberher) de doce años. Maggie tiene que trabajar muchas horas por lo que no tiene otra solución para su hijo que dejar que sea cuidado por un vecino cascarrabias, Vincent (Bill Murray), que acepta a regañadientes y por una nada desdeñable compensación económica, la custodia temporal de Olivier.

El niño está acobardado en el colegio, sufre el acoso de unos matones, es extremadamente sensible y frágil, no confía en sí mismo y está lleno de miedos. Vincent es un auténtico impresentable, borrachin, fumador compulsivo, maleducado, machista, grosero, sucio y egoísta. Mantiene una relación sentimental con una stripper, Daka (Naomi Watts), gasta su dinero en las apuestas y sólo mantiene una relación respetuosa con su gato.

Entre estas personas: la madre, el niño, Vincent y Daka, comienza a surgir una química especial que les hará descubrirse como seres humanos y dar lo mejor de sí mismos por los demás. Por otra parte, un joven sacerdote y profesor de Oliver (Chris O’Dowd) anima a los alumnos a descubrir y presentar algún santo que haya en la actualidad; el niño empieza entonces a mirar al viejo gruñón con una mirada que nadie lo ha hecho, descubriendo que –tras una apariencia de alguien repulsivo- se esconde un ser humano de buen corazón.

La película, que podría ser previsible en sus situaciones, se convierte pronto en un desenfrenado y agridulce producto de buen cine con una factura técnica excelente y un ritmo preciso. Lejos de caer en tópicos melodramáticos fáciles, “St. Vincent” es un canto a la vida, a la superación personal y a la amistad.

El debutante Theodore Melfi maneja con una extraordinaria habilidad el guión del film para que el ritmo nunca decaiga. Además dirige de forma extraordinaria a un puñado de actores (tanto protagonistas como secundarios) que están estupendos.

Mención aparte merece Bill Murray; la película reposa sobre él. Su actuación es absolutamente extraordinaria; sin excesos ni estridencias, con una mirada que habla, nos presenta a un tipo bueno –un santo- escondido bajo una más cara de canalla. Murray está tocado de gracia en este film y para mucho es la mejor actuación de su carrera.

La magnífica música de Theodore Shapiro se combina con varias canciones entre las que destaca el tema de Bob Dylan “Shelter from the Storm”, cantado por Murray a la vez que la oye en los auriculares.

Extraordinariamente humana y entretenida esta película nos invita a mirar a las personas más allá de las apariencias, sabiendo que cada ser humano, por más desajustado que esté tiene una cuerda sensible al bien y, de una u otra manera, está llamado a la santidad. Ahí está el mérito de la película, en invitarnos a mirar en profundidad y descubrir la bondad del mundo a nuestro alrededor. Esta mirada el director la tiene también con el mundo de la religión y de la Iglesia, que es presentado con respeto, ternura y delicadeza. Hay que tener una mirada limpia y amplia, viendo más allá de las apariencias, incluso el film nos anima a mirar en nuestro corazón para ver qué posibilidades tenemos de vivir en santidad aunque seamos algo pecadores y mezquinos.

A este santo de cine no le falta de nada, tiene humanidad, capacidad milagrosa, y hasta un animalillo beatífico que le acompaña, un gato de ancora que se deja acariciar por su dueño y que, a pesar del aparente desastre que ve a su alrededor, es capaz de mirar y confiar.

JOSAN MONTULL