16 AÑOS YA…

Casi se me pasa. El 10 de Febrero de 2004 falleció mi madre. Han pasado 16 años. El entierro de mi madre, como antes había sido el de mi padre, fue para mí –sacerdote- un acontecimiento muy especial. A la vez que sentía la punzada del dolor, sentía también la cercanía y la amistad de muchas personas, muchas de ellas, jóvenes.

Soy hijo único. Mi padre y mi madre vivieron casi tres años conmigo en mi comunidad. En 2001 falleció mi padre. Siguió con nosotros mi madre, que vivió sus últimos años rodeada del amor de mis hermanos salesianos que la trataron como si fuera su madre y de muchos jóvenes, que la quisieron como a una abuela buena.

No suelo escribir las homilías. Ese día lo hice; era lógico, no quería que la emoción me traicionara, en caso de que no pueda seguir, pensé, le doy el papel a otro cura y que siga leyendo.

Pero pude. Con la voz entrecortada y emocionándome en algún momento, pude.

Muchas personas, todavía ahora, recuerdan aquel momento y aquella homilía. Hoy la releo 16 años después y no cambiaría ni una palabra.

Ahí va.

ESTE ES MI CUERPO QUE SERÁ ENTREGADO…ESTA ES MI SANGRE, QUE SERÁ DERRAMADA

Queridos hermanos y hermanas:

El viernes día 30 de Mayo del año pasado, tras un invierno y una primavera muy malas en la salud de mi madre, la subí al coche y marchamos a Urgencias al Hospital San Jorge.

Allí, como siempre, mi buena prima Mamen me dijo desde un primer momento, que el problema de salud que tenía mi madre era grave. Mi amigo el doctor Miguel Marigil me hizo saber que tenía una enfermedad pulmonar intersticial y que, en la mayoría de los casos eran fatales. Empecé entonces, junto a mi madre un Vía Crucis de días y de noches en los que la ilusión, el miedo, la incertidumbre, la pena infinita y la fe han andado a trompicones por mi vida.

La situación clínica pareció mejorar los primeros días, pero pronto nos dimos cuenta de que era un espejismo y que el mal seguía haciendo daño a la ya maltrecha salud de mi madre.

Tuvimos que desplazarnos en ambulancia hasta Zaragoza. Allí pasamos cinco días duros en los que la esperanza empezó a derretirse como se derretía la ciudad bajo el sol implacable de aquellas jornadas. Todos estos padecimientos mi madre los llevó con una dignidad admirable. A mediados de Julio y con el resultado de la biopsia delante, me comunicaron que el final estaba muy próximo.

Durante un mes esperamos la muerte en la habitación 510 de San Jorge. Para desconcierto de todos, la situación fue superada y el día 14 de Agosto le dieron el alta con el seguimiento cercano de la Unidad de Cuidados Paliativos. Fue entonces a vivir al Centro Socio Sanitario de Chimillas, donde siguió con la estabilización de su salud y una aparente mejoría. En Octubre ingresó en el Hospital Provincial, donde permaneció más de dos meses intentando una rehabilitación que fue sólo parcialmente posible. El 17 de Diciembre volvió a la Residencia de Chimillas. El día de Navidad vino a comer a nuestra Casa Salesiana…su casa lo continuó haciendo los otros domingos y días de fiesta. También el día de Reyes…ese día los Reyes Magos subieron a la comunidad a hacerle obsequios. El domingo día 25 de Enero se puso muy enferma en la comunidad, tuvimos que llevarla a Chimillas de nuevo. Al día siguiente ingresó en el Hospital San Jorge.

El final de esta lucha rabiosa y resignada ya lo conocéis.

Durante este tiempo, los Hospitales han sido una época de cruz y de resurrección. Dios ha puesto en estos casi nueve meses a mi madre y a mí unas situaciones que hemos vivido juntos desde la compañía y el amor.

Nos hemos sentido cercanos de la hospitalización de José Luis, Pablo, Gregorio y otros amigos… hemos recibido un sinfín de detalles de muchas enfermeras amigas y de mucho personal que se ha hecho presente en las diversas habitaciones en las que hemos estado, nos hemos sentido acompañados por el servicio religioso del Hospital. He conocido a la familia de Carlos, que a los 17 años está viviendo un cáncer, a la de Miguel, que a sus 16 a los ha vivido un trasplante de corazón. Nos hemos sentido admirados de la profesionalidad y la paciencia del personal de la planta. Hay nombres que me sonarán durante mucho tiempo: Pepita, Reyes, Toni, Sheila, Trini. Hemos recibido un acompañamiento técnico y profundamente humano de los médicos que han estado con mi madre.

También en este tiempo, de cruz hemos estado cerca de otras cruces, la de mi amigo Guillermo, con el que compartimos una semana de Hospital en la que me preparó algún bocadillo y en la que murió su madre, María José, después de tantos años de enfermedad, la de Mercedes Miravé, madre de las salesianas Pilar y Blanca Polo, la de mi tío Julio que se nos iba después de tantos años de enfermedad, la de nuestra querida señora Vicenta, madre de Lourdes y del salesiano Luis Aineto, la del abuelo de Jorge Estudillo, la de la madre de Nieves y el padre de Raquel, que fallecerían a lo largo de estos días, la de P. R., con quien estuvimos en el Hospital los días de San Lorenzo, la de la abuela de Jesús Pardo, y de una manera particular, la de la señora V., de Sabiñánigo, con la que durante tres semanas fuimos compañeros de habitación. Con su familia estrechamos lazos de cercanía, sus hijas se convirtieron en excelentes enfermeras para con mi madre. V. murió en Julio el mismo día en que nos trasladaban a Zaragoza.

En todas estas situaciones hemos compartido el dolor, la esperanza y la fe. Doy gracias a Dios por este tiempo largo de Hospitales, doy gracias por haber estado con ella, haberla acariciado, besado, limpiado, acompañado al baño, cogido en brazos, empujado en su silla de ruedas, animado… Mi madre tomó conciencia pronto de su situación, la fue asumiendo y su final ha sido admirable. Doy gracias por haber vivido los últimos 8 años de mi vida con mi madre y con mi padre. Doy gracias a Dios porque la Congregación Salesiana me ha permitido acompañarla muy cercanamente en los últimos momentos de su vida como hace dos años y medio lo hice con mi padre.

Como cristiano, Creo profundamente que Dios se hace cuerpo y sangre, pan y vino… es decir, historia humana, con sus avatares y sus múltiples situaciones. Por eso me es inevitable recordar retazos de la Historia de mi madre con la certeza de que es para mí auténtica Historia Sagrada como la que aprendíamos de niños.

Necesariamente recuerdo trozos de historia de mi madre

La pena que tenía por no haber podido tener más hijos

Su ilusión el día de mi primera comunión

Su delantal cubriendo mi cabeza empapada en sangre cuando siendo niño me dispararon con una carabina de aire comprimido

Su cuidado a mis abuelos hasta que les llegó la enfermedad y la muerte

Su amor reverencial a mi padre

Su preparación del corazón de mi padre antes de que llegara la noche en que le dije que quería ser cura

la primera vez que vino a la Residencia Provincial de Niños y vio el amor y la pobreza con que vivían los salesianos

Su ilusión desbordante el día de mi ordenación sacerdotal y de mi primera misa en el pueblo

Su paso, junto con mi padre por las comunidades salesianas en las que he vivido

Su acompañamiento y su entereza en la muerte de mi padre

Su vida en nuestra comunidad de Huesca

Su amor a la vida y a las cosas sencillas (los recuerdos que hay en casa)

Su fidelidad a la familia y a los amigos

Su rosario diario (antes con mi padre)

Su extraordinaria generosidad, daba todo, siempre hacía cosas para los demás, cuadros de hilo, conservas de tomate, melocotones, espárragos… regalos a todos los sobrinos que comulgaban (también cuando ya no vivía mi padre)

Su capacidad de hacer de la mesa y la comida un auténtico sacramento

Su acogida en Casa a todos: salesianos… amigos… chavales… toxicómanos, pobres, pequeños delincuentes con los que yo compartí mi vida…

En los días de Hospital me preguntaba por todos y cada uno… Felicitó a Anselmo por su próximo cumpleaños cuando ya pensábamos que iba perdiendo la conciencia y se interesó por las raspaduras que tenía en el brazo. Cuidó los detalles hasta el final. Sonreía a las enfermeras y les agradecía las curaciones que le iban haciendo, sonreía incluso cuando se estaba muriendo… agradecía todos los detalles, manifestó dulzura hasta el final.

Cierra las ventanas, que le molestan a esta señora

Aféitate

Vete a pagar el cuadro a la tienda… se extrañará de que no vaya

Aunque la frase que más decía era ¿Cuándo volveré a Casa? (refiriéndose a la Casa salesiana)

Recuerdo su último cumpleaños vivido en el Hospital rodeada de la comunidad.

Hemos proclamado dos lecturas de la Palabra de Dios que me remiten a la vida de mi madre. En el Evangelio hemos escuchado el relato de la Institución de la Eucaristía. Jesús dice este pan es mi cuerpo, que será entregado, este vino es mi sangre, que será derramada. Y en la primera lectura hemos leído un texto de los Hechos de los Apóstoles en el que se nos cuenta cómo en la primitiva comunidad cristiana había una mujer, la Virgen, que era madre y estaba en medio de los apóstoles.

Sobre estas dos lecturas me hago dos preguntas. Para la primera no tengo respuesta, para la segunda, sí.  ¿Qué sentiría mi madre cuando participaba de las Eucaristías que yo presidía? ¿Qué debía sentir ella que me había engendrado, amamantado, criado… cuando me oía decir este es mi cuerpo… esta es mi sangre?? ¿Qué debe sentir la madre de un sacerdote cuando escucha a su hijo decir “este es mi cuerpo… ésta es mi sangre” refiriéndose al cuerpo y la sangre de Cristo? … No tengo respuesta; Supongo que, como a mí, esas palabras le desbordaban.

Con respecto a la primera lectura ¿Qué debe sentir la madre de un religioso hijo único cuando ésta vive con la comunidad de su hijo?… Ah, a esto sí que tengo respuesta: se siente madre de más hijos.

Pero estas dos lecturas nos hacen referencia sobre todo a Jesucristo, el Hijo de Dios, resucitado, vivo, presente entre nosotros. Él nos ha dado a conocer que Dios es tan extraordinariamente humano que se hace presente en medio de nuestra vida… aunque lo estemos pasando mal.

Cuando llego hasta aquí, presidiendo la Eucaristía del entierro de mi madre, y movido por la lectura de la palabra de Dios, sabiendo que soy animador de la fe y de la vida de una parroquia salesiana, quiero públicamente reafirmar la fe que recibí de mis padres. Por eso sólo quiero decir una palabra: CREO.

Creo en Dios, Padre y Madre. Creo que es tan grande que se manifiesta en las cosas más pequeñas, en la ternura, en el beso… en el amor de una madre.

Creo en Jesucristo, su Hijo, nacido de María de Nazaret. Creo que pasó por el mundo haciendo el bien, lo mataron en una cruz y resucitó. Creo que en su vida sencilla y comprometida Dios se nos ha dado a conocer. Fueron mi madre y mi padre quienes me enseñaron a quererle a través de sus palabras y de su vida.

Creo en el Espíritu Santo. Lo descubrí presente en mi madre, en su sencillez, en su sonrisa, en sus guisos, en sus besos, en las conservas de melocotón, tomate y espárragos, en los cuadros que hacía, en su afán por sembrar alegría en donde estaba, en la bendición que su sonrisa aportaba en nuestra comunidad.

Creo en la Iglesia. Es la comunidad de seguidores de Jesús. Mi padre y mi madre me hicieron cristiano y nunca lo agradeceré bastante. Creo que la Iglesia, aunque a veces vieja y lenta, es la gran familia de los hijos de Dios. Creo que alienta la vida de la gente y acoge a quienes nadie quiere acoger. Creo en una Iglesia que apuesta por los pobres, por las formas débiles, por los chavales, por los emigrantes, por los toxicómanos, por las prostitutas, por los oprimidos, por los sencillos, por los enfermos, por los excluidos… por los que no cuentan.

Creo en las personas. Creo que, por más que en los medios de comunicación se acentúen las desgracias, la violencia y el sinsentido de vivir sin amor, los seres humanos son buenos. A través de las personas Dios se nos da. Creo que tía Carmencita, Rocío, Tere, Mamen, Blanquita, Angelines, Pepita, Lourdes, Pilar, Gloria, Carmen, la hermana Victoria, José Manuel y Maite, las enfermeras, los doctores Verdún, Marigil, Egido, Marco… y toda la gente que han estado cercanos en este tiempo son personas muy buenas como lo son la mayoría de los seres humanos.

Creo en la Cruz. Creo que el sufrimiento es causa de liberación. Creo que los seres humanos incapaces de asumir el sufrimiento se sumen en la cobardía y la poquedad. Creo que en la Cruz hay más vida que muerte. Creo en los crucificados, en los pobres, en las víctimas, en los drogadictos, en los inmigrantes, en lo refugiados, en los enfermos, en los mutilados, en aquellos que necesitan de los demás para poder sobrevivir.

Creo en la familia, en los padres, en los hijos, en los abuelos, en los hermanos, los tíos, los primos… Creo que en la familia se experimenta lo que es la Iglesia. Creo que apoyar a las familias es apoyar el Reino de Dios en nuestra Historia.

Creo en los amigos, en la gente a la que gratuitamente queremos. Creo que en la amistad descubrimos al Dios amigo que nos lo da todo gratis. Creo en los amigos que se sacrifican por los demás, por los que son capaces de reír y de llorar con uno.

Creo en la Familia Salesiana, creo profundamente que los hijos de don Bosco son un regalo que Dios ha hecho a su Iglesia. Creo en los Antiguos Alumnos, en la Asociación de María Auxiliadora, en la Asociación de padres, en los grupos que practican deporte, en los profesores, en los monitores, en los catequistas… Creo en toda la familia salesiana.

Creo en mi comunidad salesiana, de la que formaron parte mi padre y mi madre. Creo que está formada por hombres buenos, por religiosos que, como don Bosco, aman profundamente a los jóvenes. Creo que, antes que nada, es una comunidad de hermanos donde nos queremos y donde acogemos. Creo que Cristo está presente en nuestra comunidad y en cada uno de los hermanos.

Creo en los jóvenes. Sólo ellos son la semilla de una sociedad nueva y de una Iglesia distinta. En ellos estalla la alegría y el afán por vivir en la honestidad y en la amistad. Creo en los jóvenes porque mi madre y mi padre me enseñaron a creer en ellos a través de sus gestos de acogida y de misericordia y de regalarme a la Iglesia para que sirviera a los jóvenes.

Creo en los pobres, en los marginados, en los transeúntes, en los que no cuentan…en todos aquellos a los que mi madre les puso un plato en la mesa. Creo que no podemos entender a Dios sin atender a los que habitualmente excluimos de nuestra vida. Creo que la Iglesia sólo se encontrará a sí misma si se encuentra brutal y apasionadamente con los pobres.

Creo en los que buscan la justicia, en los revolucionarios. Creo en los que dicen No a cualquier guerra y a cualquier injusticia. Creo en la vida. En la gente sencilla que disfruta del café, del vino y de la amistad abrazando a quien lo pasa mal. Creo en quienes se rebelan… en quienes se escandalizan ante una sociedad que sigue la telebasura y ensalza a los ricos en lugar de apiadarse por los enfermos y por los que sufren. Creo en el modelo de vida y en el amor que mis padres vivieron y me enseñaron.

Creo que mi madre vive. Creo que está disfrutando del amor de Jesucristo. Creo que está con don Bosco, con María Auxiliadora… con mamá Margarita… con todos los santos. Creo que mi madre está con mi padre, con su Jaime. Dios se ha tomado tan en serio la vida de las personas que necesariamente nos tiene que unir en la vida eterna. Por eso, y así se lo dije a ella, creo que mi madre vive en Dios y creo que a ella las puertas del cielo se las ha abierto su marido, Jaime, mi padre.

(Huesca, 11 de Febrero de 2004)

Entrada al Santuario de la parroquía Mª Auxiliadora en Huesca (Salesianos Huesca)

NECESITAMOS CURAS

Necesitamos curas…

En tiempos de crisis, de desamor, de exaltación de las divisiones… En tiempos de superficialidad, de corrupción, de culto al dinero, de vacío, de predicadores televisivos y de estrellas futbolísticas, en estos tiempos de escándalos sexuales y curias enfurecidas, de políticos irresponsables y populismos sospechosos… en tiempos donde parece que la profundidad está hibernada y la ternura en el letargo… En estos tiempos de chamanes, brujas, hechiceros, adivinos, gurús y mercaderes del espíritu. En estos tiempos que, mal que les pese a algunos, son tiempos de Dios, necesitamos curas.

– Necesitamos curas:

    que compartan la vida de los enfermos

    que acompañen a las familias

    que quieran y no condenen a las familias que se han roto

    que se esfuercen por comprender nuevos tipos de familia

    que consuelen a los que sufren

    que amen a los pobres

    que escuchen a la gente

    que acompañen y quieran de verdad a los jóvenes

    que denuncien la injusticia

    que acojan incondicionalmente a los emigrantes

    que sonrían a los niños

que sepan estar junto a quien sufre

    que bendigan a los ancianos

que jueguen y celebren la fiesta

  que compartan la vida con la gente.

– Necesitamos curas

    que prediquen el Evangelio

    que presidan los sacramentos

    que bauticen a los nuevos cristianos

    que den la cara por las víctimas de la injusticia

    que propongan alternativas al aborto y acompañen a las mujeres que han abortado

    que alegren la vida de la gente

    que acojan a los niños no amados

    que siembren paz en todos los ambientes

    que condenen el machismo y la violencia de género

    que griten contra la guerra, la violencia y cualquier terrorismo

    que sean signo de Vida en los Hospitales

    que manifiesten un cariño especial por los deficientes físicos y síquicos.

– Necesitamos curas

    que aporten alegría y optimismo a la Iglesia

    que enseñen a los que no saben

    que compartan el vino, la tapa y la alegría en los bares

    que amen a la María de Nazaret y enseñen a amarla

    que en nombre de Jesús perdonen los pecados

    que en las cárceles no den a nadie por perdido

    que lo dejen todo por los demás

– Necesitamos curas

    que recen y enseñen a rezar

    que bendigan la vida

    que sepan reír y que se rían con la gente

    que sepan llorar y que compartan el llanto

    que animen la mortecina vida de los pueblos

    que tiendan una mano a los toxicómanos

    que ayuden a dar sentido a la vida de tantos hombres y mujeres

    que celebren la presencia de Jesús en la Eucaristía

    que estén entre la gente como uno más para que nos hagan siempre cercano a Jesús

-Necesitamos curas

que confíen en los jóvenes y crean en sus posibilidades

que sean alegres, esperanzados y optimistas

que pidan perdón cuando se equivocan

que sean pobres y compartan su pobreza

que crean en la cultura, la música, las artes

que tengan amigos

que dialoguen con creyentes de otras confesiones

que charlen francamente con ateos

que descubran a Dios entre la gente

Necesitamos curas, no como funcionarios de liturgias frías, sino como personas que vivan su existencia como una consagración,

que -como el pan- dejen que su vida sea tomada y bendecida por Dios, que rompan su vida por los demás, que la repartan como el pan.

que -como el vino- derramen su vida, para que la gente tenga esperanza y vida, la vida que viene de Dios.

Necesitamos curas que vivan, se desvivan y mueran, si es preciso, por la gente.

Josan Montull

CURAS FELICES

CURAS FELICES

Un medio de comunicación norteamericano ha hecho recientemente una investigación para ver cuáles son las profesiones en las que uno se siente realizado y feliz. Para ello han mirado la dedicación, las horas de trabajo, la remuneración y otras cuestiones que avalan, al parecer, la felicidad del que tiene esa profesión,

Pues bien, en el informe en cuestión se ha visto que aquellos profesionales que son más felices con lo que hacen son los que se dedican a cuestiones altruistas y tienen en su vida un enfoque claro de altruismo solidario.

Así, en la lista aparecen las profesiones de bombero, fisioterapeuta, escritor, profesor de educación especial, maestro, artista, psicólogo…curiosamente no aparecen ni banqueros, militares de alta graduación, futbolistas, políticos o personajes cuyos sueldos suelen ser suculentos y que constituyen la envidia de muchos.

Pero, lo que más me llama la atención es que la profesión que ha sido calificada como más feliz es la de cura. Sí, cura.

Les confieso que me ha alegrado la noticia. Hay que dejar bien claro, eso sí, que ser cura no es una profesión, sino una vocación que marca toda la vida. Uno es cura cuando dice misa, cuando reza, cuando baila, cuando ríe y cuando desatina. Ser cura es como ser padre o madre, uno lo es siempre, esté o no esté con su hijo.

Me alegra, de verdad, que ese estudio –que no sé cuánto de científico debe tener- diga que los curas son felices. Y es que ellos son testigos de un resucitado, ahí es nada, y anuncian la vida en un mundo que se empeña en enseñorear la muerte. Aunque sus ingresos son muy escasos, ahí están, sin jubilarse ni tirar la toalla, sirviendo y animando la vida de mucha gente en una sociedad que suele ponerse de rodillas ante el dinero.

Aunque sus edades sean avanzadas en muchos casos, siguen en la brecha, acompañando la vida de las personas, escuchando, bendiciendo, consagrando y abrazando muchas soledades.

Me gusta que ese estudio diga que las profesiones dedicadas a los demás producen felicidad en quienes las desempeñan, me gusta que esto se diga cuando en muchos medios sólo se habla de pederastia al mentar a los curas, o se les presenta como ignorantes y memos en series de gran audiencia.

Este estudio me ha hecho recordar a curas que han marcado mi vida, curas con los que me he cruzado en el camino de mi vida y han sido para mi significativos. Recuerdo ahora a José María Lemiñana, que vivió con una pobreza sobrecogedora y llevó a niños de mi generación a campamentos y aventuras estivales; a mosen Ángel, con quien empecé a hacer teatro y me hizo sentir la emoción que se siente antes de que se abra el telón; a don Antonio Manero, salesiano que fue corriendo la cárcel Modelo de Barcelona cuando Salvador Puig Antich le llamó para que pasara con él las últimas horas antes de que le mataran (dijeron que aquella noche don Antonio envejeció diez años, nunca habló de lo que vivieron Puig Antich y él aquella noche a pesar de los periodistas le insistieron durante años); a Pepe, que vive entregado a su parroquia y a sus gentes a pesar de estar enfermo y de no ser con frecuencia comprendido por algunos de sus compañeros; a Ángel, que ha vivido una vida entregada a los chavales con un sentido del humor extraordinario; a Javier, que fue cura obrero, militante sindical, padre de muchos chavales sin familia y excelente cocinero; a Rafa, que en un país africano estuvo retenido en una enorme lata metálica durante tres días bajo un sol abrasador, y, a pesar de todo se negó a volver a España cuando estalló la guerra en ese país; a Manolo, teólogo, compañero de camino de universitarios, madres solteras y cientos de familias; a Luis, que se niega a creer que en los pueblos no hay nada que hacer y se vuelca en cuerpo y alma para ser amigo de todos y animador de muchas iniciativas; a Santiago, que sigue creyendo que la Escuela es un lugar de encuentro con jóvenes y sigue dando clase y enseñando desde hace muchos años. Y a muchos, muchos más.

Me alegra, pues, que ahora digan que los curas son felices y que en su vida hay sentido.

Cuando los vientos del consumo, la superficialidad y la tecnocracia soplan en las velas de la historia, me regocijo con estos navegantes que, en naves muy pequeñas y con una fe inquebrantable navegan contracorriente con la sonrisa por bandera.

Ellos, les aseguro, han influido en mi vida. Con alzacuellos o no, en chándal, traje o pantalón corto, son curas a quienes he conocido y querido. Forman parte de mi historia y han modelado lo que soy. Todos son distintos, pero tienen en común  la fe en Jesús de Nazaret y una serena felicidad de la que soy deudor.

JOSAN MONTULL

CURAS

CURAS

Hace unos años un grupo de profesionales de Televisión Española acudió a Ruanda a filmar un reportaje sobre las masacres tribales que se habían vivido entre las etnias hutu y tutti.

El horror de lo que ocurrió en Ruanda se conoció tiempo después. Lo cierto es que hubo un estallido de violencia incontenida  que provocó 800.000 muertos en un mes. Estos eran de la minoritaria etnia tutsi y la mayor parte de ellos fueron abatidos a machetazos. No hubo distinción entre hombres, mujeres, ancianos o niños. La carnicería fue terrible y las cuatro quintas partes de los tutsis fueron exterminados.

Mientras esto ocurría, la ONU miró hacia otro lado y su papel fue ayudar a repatriar a los blancos que se encontraban en el país, dejando a merced de los machetes a los ruandeses indefensos ante el genocidio que se estaba dando.

Todavía hoy resulta incomprensible el vergonzoso papel de las Naciones Unidas en aquel 1994.

Cuando el equipo de televisión acudió a Ruanda había pasado ya un mes largo de los acontecimientos. Aterrizaron en aquel país donde la sangre había corrido a raudales semanas antes y, para sorpresa suya, fueron acogidos por unos compatriotas. Eran misioneros y misioneras de España que llevaban años allí y se habían negado a abandonar al pueblo ruandés, independientemente de su etnia, para compartir la suerte de las víctimas. Estos misioneros eran los supervivientes de la tragedia porque muchos habían caído bajo los machetes y habían derramado su sangre en aquella tierra maldita y de Dios a la que tanto habían amado.

Cuando el equipo de televisión española conoció a aquellos españoles se les desmontaron muchas de las ideas que traían de la burguesita madre patria en la que todavía se piensa que los misioneros van a bautizar negritos. Descubrieron un colectivo de hombres y mujeres capaces de dejarse la piel con dignidad bajo el signo de la cruz.

El agradecimiento de estos técnicos se tradujo en regalarles –regalarnos- un hermoso reportaje que no estaba previsto. Lo titularon África en el corazón y sigue siendo hoy un documento tan estremecedor como bello que nos ayuda a descubrir las motivaciones que le llevan a una persona a dar la vida en nombre de Jesús de Nazaret.

Digo esto ahora, cuando un día sí y otro también, los medios de comunicación hablan de los abusos pederastas de algunos eclesiásticos. Los que amamos a la Iglesia nos sentimos escandalizados y avergonzados por estas conductas degeneradas que han hecho tanto daño a la vida de inocentes. Quiera Dios que la Iglesia aprenda la lección y sepa cómo afrontar con madurez y justicia todas estas conductas.

Pero me van a permitir que les diga también que da la sensación que ésta sea una conducta generalizada en los eclesiásticos, y es ahí cuando tengo que decir que no. Esta generalización es injusta. La mayoría de los curas, y conozco a más de uno, son personas buenas que dan lo mejor de sí mismo para hacer que esta tierra se parezca un poquito más a la que quería Jesús de Nazaret. Lo ciertamente lastimoso es que de estos curas casi nunca se habla en los medios. De vez en cuando sí aparece algún sacerdote en una serie española o en algún culebrón latinoamericano y entonces es peor el remedio que la enfermedad, porque son dibujados como unos memos desfasados de su sociedad y de su ambiente que inspiran la risa y la pena.

Pues bien, en medio de este aluvión de noticias sobre pederastia en la Iglesia creo que los que nos sentimos hijos de ella debemos asumir las responsabilidades que toquen y estar vigilantes para que estos delitos no vuelvan a ocurrir. Pero debemos manifestar también, con sencillez y sinceridad que la mayoría de los sacerdotes no son así y son gente buena y sencilla.

Pienso en los curas de nuestros pueblos, gente popular y entregada a pesar de sus edades; en aquellos que dejan la vida en la misiones, allá donde ningún hombre prudente se aventura a llegar; en los que se desgastan cada día en las escuelas, en los barrios, en el mundo del trabajo; en aquellos que se esfuerzan para que la liturgia sea digna y familiar; en los que son una bendición en los hospitales; en los que desgajan su vida -día a día- entre los pobres; en los que acogen incondicionalmente a los inmigrantes, en los que trabajan con drogadictos o chicos problemáticos; en los que escriben, investigan se adentran en los fascinantes mundos de la teología; en los que animan la catequesis y a los catequistas; en los que -a pesar de sus años- se llevan de excursión y de Colonias a los niños; en los que escuchan a todos y perdonan a todos; en los que preparan concienzudamente la predicación; en los que van a ver a los enfermos y a los ancianos; en los que apuestan por los jóvenes y caminan a su lado; en muchos curas…en nuestros curas, que -a pesar de su defectos- son causa de esperanza para quienes les rodean. Son portadores del evangelio y -gracias a Dios- nunca saldrán en la tele.

JOSAN MONTULL