Condena

Esperanza en la oscuridad :CONDENA 

Time (Reino Unido 2021) 

Duración: 3 capítulos de 58 min. 

Dirección: Lewis Arnold 

Guion: Jimmy McGovern 

Música: Sarah Warne 

Fotografía: Mark Wolf 

Reparto: Sean Bean, Stephen Graham, James Nelson-Joyce, Nabil Elouahabi, Natalie Gavin, Nadine Marshall.

La ficción televisiva está cada día superando su calidad a través de series magníficas que enganchan al espectador a con capítulos que suponen un menor esfuerzo de concentración que en los largometrajes cinematográficos porque tienen una duración más corta, asumible en el hogar, y posibilidad de seleccionar el número de episodios que uno quiere ver. Grandes realizadores como Scorsese, Woody Allen o nuestro Amenábar no han podido resistirse a hacer series, otro tipo de cine en el que no se escatiman gastos ni medios. La producción de las mismas es con frecuencia, muy ambiciosa y consigue incluso superar al cine más tradicional.  

Muchas series ya no son un producto de fácil consumo y olvido inmediato, sino que son grandes obras de cine concebidas para ver domésticamente.   

Tal es el caso de CONDENA, una miniserie de tres capítulos de una hora de duración, que bien pudiera haber sido estrenada como un largometraje para el cine. 

Mark Cobden (Sean Bean) era un ciudadano respetable, profesor de adolescentes y padre de familia. Excesivamente dependiente del alcohol, su vida cambia radicalmente cuando, embriagado, atropella a un hombre y es condenado a cuatro años de prisión. Atormentado por la culpa, Mark se ve inmerso de repente en un mundo desconocido y hostil, convirtiéndose en blanco fácil para los reos más violentos y peligrosos. Allí es puesto bajo la tutela de Eric McNelly, un veterano funcionario de la prisión a cargo de la protección y manejo de varios grupos de presos. Aunque tiene mano firme y autoridad, McNelly cumple con su trabajo honradamente y busca ayudar a los presos en lo que necesiten a diario. Durante el tiempo de prisión, Mark se enfrenta con sus demonios personales que le atormentan, no consigue perdonarse a sí mismo y encuentra justo el castigo, a pesar de tener que convivir y sobrevivir junto a presos desquiciados que han hecho de la cárcel el nuevo lugar donde delinquir desde mafias internas. 

La serie comienza con el interior del furgón policial en el que nuestro protagonista es conducido a la prisión entre otros detenidos que gritan y cruzan acusaciones y amenazas. Desde ese momento la pantalla se absorbe y atrapa al espectador en una historia claustrofóbica, un drama carcelario en el que se reflexiona sobre el remordimiento, el perdón, la culpa o la felicidad.   

Las vidas de Mark, el preso, y de Eric, el funcionario, tienen muchas cosas en común y poco a poco irán descubriendo que la línea que separa lo justo de lo injusto es a veces muy difícil de ver. Situados a ambos de la ley, van a ser víctimas de un sistema penitenciario que, pese a que busca humanizar a los presos, se encuentra con la ambigua condición humana, capaz de lo más grande y lo más abyecto.  

No es un film de buenos y malos. Los funcionarios son buenos trabajadores y comprometidos en hacer una buena labor. Los presos son frágiles, enfermos mentales; en algunos se esconden briznas de bondad y otros están ya absolutamente destrozados moralmente. 

Lo que el director se empeña en mostrar es que el ser humano necesita el perdón para poder vivir. Reflexionar sobre el mal cometido, arrepentirse y pedir perdón es un proceso que puede llegar a redimir al culpable. Por otra parte, en el film aparecen intentos de algunos presos para pedir perdón a las víctimas, por carta o personalmente, y se muestra que la grandeza de perdonar redime también a la víctima por más que ésta sea una actitud muy difícil. 

La figura de una monja católica -que trabaja con los internos y dirige un grupo de apoyo a los presos formado por universitarios- está tratada con acierto y delicadeza. (Qué necesitado está el cine de presentar la figura de religiosos y religiosas como gente buena, normal, abierta, solidaria y comprensiva. Aquí se acierta plenamente). 

El guion de Jimmy McGovern es estupendo. Dosifica la intensidad dramática del relato y mantiene la atención del espectador permanentemente, sin darle tiempo para el aburrimiento.  

Claro todo esto no sería posible sin las actuaciones de Sean Bean y Stephen Graham, los dos están absolutamente magistrales. Consiguen poner rostro al alma atormentada; en sus primeros planos, aun sin palabras, dan a conocer todo lo que llevan dentro y deben callar.  

CONDENA es un drama excelente; auténtico cine. Una historia de redención, un acto de fe en la capacidad liberadora del perdón, un aldabonazo a la conciencia. Una película cristiana, que cree que, en medio del infierno, pueden sobrevivir los ángeles. 

JOSAN MONTULL

 

JAURÍAS

El asesinato de Samuel Luiz en Coruña este verano a manos de un enloquecido grupo de jóvenes nos ha llenado de estupor. Sin ningún motivo, un joven le insultó y comenzó a golpearle. Pronto se unieron chavales que continuaron golpeando irracionalmente a Samuel. Durante 150 metros la lluvia de golpes y patadas continuó hasta que cayó al suelo y, a pesar del intento de defensa de dos jóvenes senegaleses sin papeles, la paliza continuó hasta acabar con la vida del chico de 24 años. Días después otro joven holandés fue linchado hasta la muerte por compatriotas suyo en Mallorca. Días antes en Terrassa otro joven fue apaleado. También en Ceuta. Recientemente se ha repetido esto en Amorebieta.

Estas barbaridades sin nombre son tan incomprensibles como escalofriantes. Pero más escalofriante es pensar que estas palizas o peleas son habituales (aun sin consecuencias tan terribles) numerosos fines de semana. Hay jóvenes absolutamente descentrados y trastornados que encuentran en estas agresiones una diversión perversa y excitante.

Otros adolescentes salen en la noche del sábado a buscar bronca y la encuentran con facilidad y con cualquier excusa en las zonas de ocio; chavales, en principio buena gente durante la semana, se convierten en jaurías violentísimas en las noches de fiesta. Algunos dicen: “Antes era excepcional, ahora lo normal es que haya varias peleas brutales las noches del sábado”. Sorprende además que una mayoría que rodea estos incidentes se inhiba o saque el móvil para grabar primero y colgar después las peleas tumultuarias que empañan muchas noches.

En todas estas acciones aparece la droga como telón de fondo. Los efectos de las sustancias hacen que muchos pierdan el control y la conciencia de lo que hacen. Hay también un cierto acomodamiento a esta situación…lo importante es estar lejos cuando ocurre. Se produce así una alarmante banalización de la violencia que cosifica a las víctimas como si fueran muñequitos de algún juego digital.

Hay que tomar nota: esta realidad existe por más que queramos ocultarla. No podemos mirar a otro lado. Cada colectivo, cada institución tendrá qué reflexionar sobre cuál es su pequeña o gran culpa. Ciertamente que muchos de los modelos de referencia que aparecen en los medios son de una bajeza moral extraordinaria exhibiendo su falta de capacidad para amar mientras cobran cantidades suculentas. Seguramente influirá también el miedo que los adolescentes experimentan ante la falta de futuro por una crisis económica que les arrincona. Por otra parte, el gran número de fracasos familiares han abocado a muchos chicos y chicas a la soledad, el desamor y la vulnerabilidad.

Tal vez nuestros responsables políticos tengan que mirar con preocupación estas conductas entre muchos adolescentes. Tal vez esa violencia de jóvenes sea el amargo reflejo de una clase política que utiliza la descalificación, el insulto, el desprecio del adversario como algo habitual. Tal vez estos delitos de odio encuentren su germen en los mismos parlamentos políticos que utilizan sus escaños para -cobrando una pasta- lanzar no botellas, pero sí insultos, no puñetazos o patadas, pero sí agresiones verbales y burlas ignominiosas. Sin tratar de exculpar a los jóvenes agresores, sí que conviene reflexionar si esa violencia gratuita no será consecuencia de una continuada actitud política irresponsable y chulesca donde lanzar bravuconadas y ofensas se ha convertido ya en lo habitual. Una clase política, que mantiene rencillas y disputas, y se muestra incapaz de llegar a un pacto educativo, por ejemplo, debería reflexionar seriamente para ver hacia dónde dirige sus esfuerzos.

Se ha llegado a una globalización de la economía y de la información, pero hay que llegar a la globalización de la educación, sólo desde ahí encontraremos la posibilidad de orientar a nuestros chavales para que sus vidas tengan sentido. Esta educación debe escudriñar sin miedo en lo sagrado, en aquello que la persona no puede tocar. Y lo más sagrado es la vida, ante la que el ser humano debe mantener una actitud de respeto reverencial.

A los educadores, pues, nos toca, hoy más que nunca, hacer una apuesta por los valores, el diálogo, la tolerancia, la compasión, la trascendencia, la profundidad. Tenemos que resucitar la Ética, la Religión, la Ciudadanía, la Filosofía y otras asignaturas que nuestro sistema ha arrinconado. Nos toca ser testigos con nuestra vida de conductas morales, pacíficas, solidarias y trascendentes. En nuestras manos está que estas jaurías o manadas queden arrinconadas hasta su desaparición.

JOSAN MONTULL

LA HORA DE LA EDUCACIÓN

Las imágenes de las revueltas de jóvenes en Barcelona y otras ciudades nos han dejado a todos boquiabiertos. No dábamos crédito a lo que veíamos. Una policía asediada recibía pedradas, botellazos, escupitajos e insultos por jóvenes que, perfectamente coordinados, vandalizaban lo que encontraban a su paso.

Pero no fue sólo eso. La clase política miraba entonces hacia otro lado o intentaba dar explicaciones poco plausibles, cuando no deleznables, cantando las excelencias de la lucha por la libertad, mientras otros -que no decían ni esta boca es mía ante los hechos- no manifestaban ningún apoyo a su propia policía. Las descalificaciones e insultos que se lanzaban los políticos entre sí eran semejantes a las piedras y objetos que lanzaban los jóvenes en las calles.

Por otra parte, y durante este tiempo, elecciones, mociones de censura, destituciones, inhabilitaciones, dimisiones, pactos secretos, ceses de responsables públicos y otros desencuentros se desparraman por nuestra geografía mostrando un importante deterioro social y una irresponsabilidad política de libro. Sistemáticamente, cuando un político tiene que opinar de otro de un partido diferente, utiliza el menosprecio y el insulto para referirse a él.

Cada vez más el ciudadano de a pie se siente perplejo ante un espectáculo semejante cuando una pandemia sigue cobrándose vidas, la pobreza es mayor y cuando la unidad es más necesaria que nunca. Todos estos groseros vaivenes políticos resultan impúdicos movimientos de personas aferradas al poder y al sueldo, incapaces de mirar a su alrededor, ignorando el dolor de un pueblo que se empobrece cada día.

Y en medio, los jóvenes, los chavales, los chicos y chicas que ven un futuro poco esperanzador, mientras los encargados de abrirles la ilusión andan a la greña disputándose sillones y pingües salarios.

Por eso creo que es hoy, más que nunca, la hora de la educación. A los educadores y educadoras nos toca la difícil misión de devolver la esperanza a nuestros jóvenes, de animarles a la solidaridad y la honradez a pesar de los malos ejemplos de muchos -no todos, claro- mandatarios electos; de difundir la cultura del diálogo y la paz, contrariamente al lenguaje agresivo y faltón de nuestros políticos; de presentar la reverencia ante el Misterio del ser humano, a pesar de que lo religioso se quiera arrinconar y presentar como trasnochado; de promover la cultura y el respeto a todos, pese a que en algunos parlamentos reine el griterío y la confusión.  

En este mundo pandémico, plural y difícil, los jóvenes -más que nunca- necesitan testigos cuyas vidas sean una referencia ética que invite a mirar el mundo desde la esperanza.

Es la hora de la concordia. Es la hora de la educación.

JOSAN MONTULL

EDUCADORES EN LA PANTALLA

Una de las aficiones que más ha marcado mi vida es el cine. Desde niño me sentía hechizado cada vez que me sentaba ante una pantalla y veía desfilar ante mis ojos universos de fascinación y sentido con los que aprendí a soñar, a reír y a disfrutar de la diversión, a la vez que reflexionaba sobre la grandeza y la miseria de la persona a través de las grandes historias, espectaculares o mínimas, en las que los seres humanos se convertían en auténticos protagonistas. El cine me ha ayudado a comprender más el misterio humano y a acercarme al Misterio de Dios. Para muestra de lo que digo, este blog es un ejemplo.

Ha habido tres películas recientes que tratan sobre educación y me han ayudado a reflexionar sobre mi vida y mi compromiso educativo. Son películas pequeñas, desiguales en calidad, pero interesantes las tres.

La primera es FAMILIA AL INSTANTE (de Sean Anders. USA 2018). El film cuenta la historia de Pete y Ellie, una joven pareja que no pueden tener hijos y deciden compartir su felicidad adoptando a Juan, Lita y Lizzy, tres niños de entre cuatro y catorce años) que son hermanos entre sí. Junto a la alegría y la satisfacción que comporta la acogida de los tres críos, también comienzan muchos berrinches, portazos, cenas accidentadas, responsabilidades desbordantes y … sobre todo, una gran familia. La hasta entonces vida sosegada y ordenada del matrimonio se convierte poco a poco en un caos.

Pero después de haber sorteado mil dificultades humanas, familiares y legales, y ante todos los que desaconsejan al joven matrimonio que se queden con los niños, el improvisado padre dice “Amar es difícil, pero merece la pena porque la recompensa es extraordinaria”.

La segunda peli es MALA HIERBA (dirigida por Kheiron, un artista libanés refugiado. Francia 2018). El film nos habla de un estafador de poca monta con un pasado difícil que hace pequeños robos con su madre adoptiva y, para esquivar una denuncia, tiene que hacerse cargo de un grupo de estudiantes problemáticos, con fracaso escolar y conductas asociales. Esa relación va a cambiar a todo, a los chicos y a sí mismo. El improvisado educador tendrá que utilizar sus ardides de embaucador y trilero para sobrevivir entre los jóvenes que se le han encomendado. Cuando el joven pícaro protesta por tener que encontrarse con jóvenes tan difíciles, el director del proyecto le diceUn chico problemático es un chico que tiene problemas”.

Y la tercera es ESPECIALES (de Olivier NakacheEric Toledano. Francia 2019). Ésta es la última que pude ver, antes de la pandemia, en una sala comercial. La película narra las vicisitudes de Bruno y Malik dos amigos, un judío y un musulmán, fieles cada uno a su propia concepción religiosa, que durante veinte años han vivido en un mundo diferente: el de los niños y adolescentes autistas. Ambos lideran dos organizaciones sin ánimo de lucro y forman a jóvenes con dificultades sociales para que sean cuidadores de casos extremos de autismo. Cada vez que a Bruno le presentan un caso imposible, el de algún joven trastornado, disruptivo, ensimismado en su autismo que lleva a la desesperación de su familia y de la Administración, se queda en silencio unos segundos mientras piensa y termina diciendo Encontraré una solución”.

Las tres películas abordan la temática de educación en casos límite y las tres cuentan historias reales. Los protagonistas auténticos aparecen al final, incluso en “Especiales”, varios de los actores son destinatarios de los proyectos.

En estos tiempos de pandemia, de distanciamiento social y de prevención ante la relación; en estos tiempos en los que los educadores nos replanteamos cómo volveremos a ser lo que somos, cómo podremos volver a las Escuelas, a los Centros Educativos para –respetando las normas sanitarias- educar para la relación, compartir la vida en grupo y afrontar el conflicto de la convivencia, en estos tiempos en los que la nueva normalidad se nos presenta con muchos interrogantes, estas películas me han ayudado a reflexionar sobre mi papel de educador que -además- es creyente.

Constatamos que la educación no es fácil, nunca lo ha sido. A veces no sabemos cómo avanzar con chicos y chicas difíciles que ponen a prueba nuestra paciencia y parece que nos abocan al fracaso. Nos es más fácil creer en Dios que creer en los jóvenes más desajustados y vulnerables que la Historia nos pone delante. Los cristianos, que festejamos la resurrección, no tenemos a veces una mirada tan llena de esperanza en la vida de algunos jóvenes.  Es ahí donde, afianzando nuestra convicción, podemos afirmar que, como se dice en el film MALA HIERBA, “Un chico problemático es un chico que tiene problemas”; creemos que, como afirma el padre de FAMILIA AL INSTANTE, Amar es difícil, pero merece la pena porque la recompensa es extraordinaria. Y cuando estamos a punto de tirar la toalla tenemos que hacer nuestra la frase “Encontraré una solución” de Bruno en ESPECIALES.

Ser, como en mi caso, un educador cristiano no es sólo creer en Cristo resucitado… es también creer que, en cada joven, por más desajustado que esté, hay más vida que muerte, más futuro que desastre. La educación no es sólo una estrategia pedagógica… es una cuestión de fe y, por tanto, una cuestión de amor.

Qué maravilloso es sentarte ante una pantalla y embelesarte ante historias humanas que nos animan a ser mejores personas. Las enseñanzas de las buenas películas nos pueden ayudar incluso a ser educadores de cine.

JOSAN MONTULL