UNA NAVIDAD QUE NO SERÁ COMO LA DE OTROS AÑOS

Nunca como este año, las autoridades se habían convertidos en voceros del Adviento, Desde hace tiempo nos dice una y otra vez que se acercan las Navidades, que queda poco tiempo, que hay que estar preparados y que hay que estar vigilantes porque…esta Navidad será distinta.

Luego lo matizan, lo ponen en manos de las comunidades autónomas y lo complican… y nos sumergen en un mar de dudas:

  • ¿Podrá haber reuniones de hasta 6 personas…o hasta de 10?
  • ¿Habrá ciudades confinadas?
  • ¿el toque de queda será a las 11 de la noche los días que no sean festivos?
  • ¿Las superficies comerciales podrán llenarse?
  • ¿Y qué pasará con las cenas familiares de Nochebuena o Nochevieja? ¿Y el día de Reyes?… ¿Podrán intercambiarse regalos esos días?
  • ¿qué son exactamente los allegados?
  • ¿Y los bares estarán abiertos?… y, en caso afirmativo. ¿en qué tanto por ciento se podrá llenar el interior?
  • ¿Habrá más aforo en los cines y teatros?
  • Y en las misas, ¿qué aforo habrá?
  • ¿Habrá Misa de gallo a las 12 de la noche?

Y, ante todas estas preguntas, nuestras autoridades responden: “Una cosa está clara: las Navidades NO SERÁN COMO OTROS AÑOS”.

Pues, qué quieren que les diga, que a mí me alegra esto de que la Navidad no sea como siempre. Creo que también los cristianos deberíamos plantearnos esto, que las Navidades no fueran como otros años. Corremos el riesgo de que una fiesta tan extraordinaria como la Navidad, en la que celebramos –ni más ni menos- que Dios se hace un recién nacido, se convierta en una cuestión rutinaria, en una milonguita simpática y familiar a la que se le haya privado de su fuerza revolucionaria.

Así que me atrevo, con toda sencillez, a darles otros consejos, que van más allá de lo sanitario, para que su Navidad sea un poco más “cristiana”.

  • Ponga el Belén en casa y rece por la paz cada día ante él.
  • Lea diariamente un fragmento del evangelio.
  • Haga un donativo solidario. Piense en cualquiera de las organizaciones que se dedican con esmero a paliar la miseria de los oprimidos y entregue algo de su dinero.
  • Prescinda de parte del tiempo que dedica a Internet y regáleselo a su familia o a los amigos a los que hace tiempo no ve.
  • Piense qué regalos va a hacer y calcule que sean mucho más baratos que los del año pasado (el exceso sería una ofensa en plena pandemia).
  • No deje pasar ni una fiesta sin participar de la Eucaristía a la hora que sea: Noche Buena, Navidad, Domingos, Epifanía…
  • Abra bien los ojos para ver personas necesitadas cerca de usted. Suelen pasar desapercibidas, aunque estén a nuestro lado.
  • Llame o escriba a alguna persona que esté viviendo un mal momento.
  • Envíe felicitación navideña escrita de su puño y letra. Eso testimonia que ha dedicado tiempo a la persona destinataria de la felicitación. Y, por favor, prescinda usted de renos, trineos, muñecos de nieve u otras cositas graciosas en su postal y haga que aparezca el Niño Jesús. Él es el centro de nuestra Navidad.
  • Y en este Adviento, repase los motivos de esperanza que tiene en esta situación que nos toca vivir y conviértase usted mismo en una estrella de Navidad que sea un motivo de esperanza para los demás.

Hagamos caso a las autoridades. Hagamos que esta Navidad, ciertamente, no sea como otros años.

Josan Montull

ABUELOS

Existen los abuelos. Los encontramos en muchas casas, en muchas familias, en muchos ambientes. Han acumulado años de historia, de vida, de sinsabores y esperanzas y aguantan el tipo con dignidad. La edad, imperturbable, les juega malas pasadas, y lo que antes eran reflejos rápidos y pasos decididos se convierten ahora en gestos tímidos y torpes, cargados de poesía y de profunda humanidad.

Se han convertido en muchos casos en la referencia adulta y ética de sus nietos. Les acompañan a la Escuela, les van a buscar, se quedan muchas veces con ellos los fines de semana para que los padres puedan salir a airearse de sus variados trabajos. Incluso muchos de ellos hasta les hablan de Dios y les enseñan a rezar.

Además del cariño y el consejo, los abuelos regalan tiempo a sus nietos y nietas. Tal vez el tiempo sea hoy uno de los regalos que más necesitamos. En esta sociedad del vértigo y las prisas necesitamos tiempo para jugar, escuchar, reír… tiempo para saborearlo y perderlo con las personas amadas.

Una pandemia canalla e inhumana nos ha obligado a protegernos del mal de una manera tan dura que nos han robado los abrazos, los besos, las caricias, la cercanía y el roce. Ese virus asesino nos está robando también a los abuelos cuya salud queremos proteger.

Ahora les vemos asustados, tristes y alejados de los suyos, sin entender mucho lo que pasa. Incluso en esta situación hay abuelos que prefieren contagiarse a no ver a sus nietos. Si el virus destruye, no ver a sus nietos también apaga la vida. Además, la incertidumbre del tiempo que tendrán que aguantar para poder protegerles sin abrazar a los críos hace que la situación sea todavía más dolorosa. 

También vemos a los nietos, necesitados del abuelo y la abuela que derraman humanidad y ternura a cada momento.

Maldito virus que nos aleja y nos prohíbe los abrazos.

Maldito virus que nos separa para protegernos y nos blinda para estar seguros. Maldito virus que ha robado a los niños la ternura de sus abuelos y a los abuelos, los besos de sus nietos.

Dicen que los abuelos espolvorean polvo de estrellas sobre la vida de los nietos. Dicen que un mundo sin ellos no tiene corazón. Este mundo necesita abuelos y abuelas. No sólo los nietos, sino todos los que quieran construir su historia sin rencor escuchando y palpando el latir de las arrugas.

JOSAN MONTULL

DOCENTES

Han pasado de ser llamados “Don” o “señorita” a ser llamados “profes” y a ser conocidos ahora por su propio nombre.

Han oído muchas veces aquello de “Trabajas menos que un maestro”. Han tenido que saborear la amargura de la incomprensión de familias que con frecuencia les indican cómo tienen que poner las notas y hasta qué notas deben poner a sus hijos.

Han vivido el surrealismo de soportar siete leyes de educación en los años de democracia y ya se preparan para una nueva porque la clase política ha sido incapaz de llegar a un pacto educativo que simplifique las cosas.

Se han tenido que adaptar y readaptar a mil jerigonzas pedagógicas. Cada vez tienen que programar de una manera más escrupulosa y minuciosa; la burocratización del sistema los lleva a estar largas horas redactando informes cada vez más complejos. Hablan ahora de estándares, mínimos, competencias, proyectos, objetivos, criterios… Aunque hayan terminado cansados, se llevan el trabajo a casa, corrige, piensan, organizan…preparan el día siguiente.

En el confinamiento tuvieron pocos días, pocas horas, para poner todo su saber en la red. La urgencia les obligó a organizar toda la vida escolar en las redes sociales para que la Escuela, que quedaba cerrada, se intentara abrir en cada casa. Fue agotador. Muchos tuvieron que hacer un esfuerzo ímprobo para conocer y dominar técnicas digitales que, con la edad, se manifiestan cada vez más inasequibles.

Están ahí, los maestros y las maestras, trabajando mucho, acompañando…resistiendo.

La pandemia nos dio a conocer a los héroes cotidianos que cuidan de nuestra salud. Por eso cada tarde salíamos a las ventanas a aplaudir emocionados a los sanitarios que se dejan la piel y, paradójicamente, la salud para curarnos de mil dolencias. Junto a los sanitarios, recordábamos a los policías, los militares, los transportistas, los farmacéuticos, los basureros, los reponedores, los comerciantes…y todos aquellos que se entregaban para animar la vida que se había aletargado.

Es justo que ahora aplaudamos a los maestros y las maestras. Cerraron las Escuelas, pero convirtieron las casas en Escuelas. Las volvieron a abrir adaptándose a la compleja y variable normativa sanitaria para que los centros escolares fueran lugares seguros donde los niños y niña pudieran sentirse acogidos y socializados. En ningún momento dejaron a los chavales…dieron lo mejor de sí mismos para que la Educación siguiera haciéndose real en tiempos tan difíciles.

Hoy nuestros niños y niñas están sometidos a un bombardeo tecnológico que endiosa la inmediatez y la superficialidad; viven en un mundo donde el alboroto y el relativismo ético se han convertido en normales. Hoy, más que nunca, nuestros niños y niñas necesitan a los docentes. Los maestros y las maestras –a veces tan poco comprendidos- son insustituibles; animan a sus alumnos a descubrir los misterios del Mundo y el Misterio de sí mismos. Son sembradores de futuro, referentes morales que, cargados de paciencia y de cariño, dejan huella en muchas vidas.

Por eso, para ellos y ellas, desde las ventanas del corazón, el mejor de los aplausos.

JOSAN MONTULL

CUANDO TODO ESTO TERMINE

Escribo en plena pandemia. De pronto todo se ha detenido.

Nuestra forma de vida ha entrado en un letargo impensable mientras conocemos, absortos, el dolor y la angustia que esta enfermedad va dejando. La prepotencia del bienestar, de los viajes, los lujos y los gastos…todo ha quedado relegado. Muchas personas empiezan a experimentar el tedio y el aburrimiento…otros hacen cuentas, preocupados, imaginando un futuro que económicamente va a estar necesariamente herido. Así que, casi sin tiempo para reaccionar, hemos tenido que mirar nuestra historia, nuestra vida, incluso nuestro interior, con otra perspectiva. Nos estamos dando cuenta que no es fácil ver…que no vemos como antes. 

Me gustaría, pues, que este tiempo me enseñara a mirar.

Quisiera que, cuando todo esto termine, haya aprendido a ver los detalles pequeños que hay a mi alrededor cada día. Durante este tiempo de miedos e inquietudes miramos a sanitarios, trabajadores de supermercados, transportistas, farmacéuticos, panaderos, servidores del orden…a toda una legión inmensa de personas sencillas que se nos está haciendo imprescindibles. Quiero aprender a verlos siempre con respeto, admiración, y gratitud. No suelen ser famosos…pero ahí están, desviviéndose no sólo ahora…cada día.

Otros no se ven, pero están ahí. Sabemos de docentes, tantas veces denostados, que se han colado telemáticamente en las familias y acercan la escuela a las casas; conocemos iniciativas de animadores pastorales y religiosos, que se esfuerzan desde las redes sociales para ayudar a redescubrir el sentido de la vida. Intuimos en todo ello a los informáticos, auténticos malabaristas de la comunicación, cuya presencia escondida es hoy absolutamente imprescindible. Quisiera aprender a mirar con admiración y afecto a los que acercan la cultura, el pensamiento y la reflexión a través de la técnica, quisiera reconocer con aprecio a todos aquellos que, también desde su confinamiento doméstico, posibilitan la comunicación entre los hogares a través de unas pantallas más humanas que nunca.  

Vemos ahora a tantos voluntarios y voluntarias que animan la vida y mitigan el dolor donde descubren que pueden ser útiles. La gente que hace mascarillas y batas, los que llevan comida a ancianos, los que arriman el hombro para construir Hospitales con urgencia, … Toda esta legión inmensa de hombres y mujeres voluntarios que se están prodigando en esta pandemia tienen que enseñarme a mirar a los miles de personas que a lo largo del año entienden la vida desde la donación y el compromiso, aunque su discreción habitual les haga a veces invisibles. Siempre están entre nosotros, pero no acabamos de fijarnos en ellos.

Pero también intuimos y hasta palpamos mucho sufrimiento en la pandemia. Quiero que las lágrimas silenciosas de los que no pueden abrazarse ni despedirse en los momentos de dolor y muerte me enseñen a mirar con entrañas de misericordia a todos los que siempre tienen que vivir su pena en soledad sin que nadie se acerque a su sufrimiento porque pasa desapercibido.

También hay cosas que no quiero volver a ver. No quiero ver políticos que se insultan, se descalifican, gritan y hacen de la mala educación un distintivo de su vida. No quiero ver a presuntos famosos que en las redes sociales muestran banalidades y estulticias indignas de la inteligencia. No quiero que los programas del corazón, los realitys y toda la bazofia que, en aras de la libertad de expresión, llena de basura las vidas de mucha gente, merezcan una mínima mirada.

Hemos mirado a los ricos, a las presuntas celebridades, a los que despilfarran, a los niñatos adinerados y caprichosos, nos han querido encandilar mostrándonos los banquetes exquisitos, las pasarelas del glamour, las viviendas millonarias…Hemos podido estar invidentes y hasta deslumbrados ante tantas cosas apagadas.

Hoy, como el ciego del camino, desearía decirle a Jesús en estos días “Señor, haz que vea”.

Me gustaría que así fuera…que de verdad aprendiera a ver…que este confinamiento me fuera educando para que mi mirada fuera distinta…cuando todo esto termine.

JOSAN MONTULL