MONITORES, MONITORAS, PROFETAS

Tengo la gran suerte que, desde hace muchos años, vivo varias semanas de verano entre chavales y jóvenes. Colonias, Campamentos, Encuentros, Convivencias siguen llenando, a pesar del peso de la edad, mucho de mi tiempo estival… En mi caso, todas esas movidas veraniegas las he experimentado en ambientes de Iglesia.

Antaño, a excepción de los Campamentos que el gobierno franquista organizaba exaltando unos valores patrióticos, era la Iglesia la única institución que hacía Colonias y Campamentos. También los scouts (muchos de ellos, católicos,) animaban unos campamentos en los que la supervivencia y la fusión con el paisaje eran signos de identidad.

Y así, en las Colonias no faltaba de nada: veladas, grandes juegos, baños en el río, excursiones, tiendas de campaña, partidos, disfraces y maquillajes, juegos de noche… todo ocurría en las Colonias: la magia, el misterio, la fascinación de la aventura, los apaches, los cantos, el baile, la apertura a la Trascendencia, el amor a la Naturaleza, la fiesta…A nadie se le daba nada hecho: había que poner la mesas, fregar los platos, limpiar todo, barrer, cuidar los detalles…las Colonias eran una extraordinaria experiencia de familia, una posibilidad de dar lo mejor de uno mismo, un estallido de libertad.

Hoy los tiempos han cambiado, los chavales tienen muchas posibilidades. Hay campamentos de fútbol, de equitación, de idiomas, de música…Los niños y niñas, por otra parte, están rodeados de impulsos electrónicos que les sumergen en las redes digitales con fascinación a veces peligrosa.

Pero hoy, para estas criaturas de la nueva generación tecnológica, siguen las Colonias, Campamentos y aventuras estivales al aire libre. Las exigencias legales son cada vez más complejas, minuciosas y cambiantes…pero hoy, como antaño, la clave del éxito de estas experiencias educativas no radica en los muchos medios sino en la calidad humana de los monitores y monitoras. Es ahí donde hay que descubrirse. En nuestras parroquias, Centros Juveniles y diversos ambientes hay legiones de jóvenes que, desde la gratuidad y un voluntariado total, entregan su tiempo, desde el cariño, a los chavales para seguir haciendo de estas experiencias unos instrumentos educativos maravillosos.

Si hoy, como ayer, las Colonias y Campamentos siguen funcionando, es por la generosidad de los monitores y monitoras que dan la vida por los más pequeños.

Sólo puede educar quien hace de su vida un testimonio, quien ama, quien comparte y enseña la generosidad con su ejemplo.

Demos gracias a Dios por todos estos jóvenes que, verano tras verano, nos reconcilian con la vida y que son para la Iglesia profetas de libertad que aportan un aire fresco que nos rejuvenece a todos.

JOSAN MONTULL

VALORES Y TESTIGOS

Con frecuencia hablamos de valores. Son aquellas convicciones personales que orientan la vida de cara a lo que cada persona quiere ser (la ética, la dignidad, la empatía, el respeto, la responsabilidad, la honradez, la familia, la modestia, la amistad, la lealtad, la tolerancia… son ejemplos de buenos valores).

No hay educación que se precie si no educa en valores. Claro que estos sólo se transmiten con el ejemplo y el testimonio. Un docente, por ejemplo, no puede educar para la paz, por más que hable de ella, si utiliza un lenguaje agresivo, virulento, amenazante o humillante.

Por otra parte, los valores no son puramente innatos, se tienen que trabajar para conquistarlos. Si la amistad es un valor, ser fiel a los amigos -por más que haya dificultades- será un empeño por el que habrá que luchar y esforzarse.

Los jóvenes, tan ávidos de valores, no necesitan para su educación grandes profesionales sin más, necesitan testigos, personas referentes que encarnen con su vida aquel tipo de ser humano al que merece la pena parecerse.

Incluso sabemos que los valores van más allá de quien los vive. Una persona cuya vida sea significativa por la coherencia con sus valores, por ejemplo, puede seguir siendo referente, incluso después de su muerte. Por eso podemos decir que los valores transcienden a la propia vida.

La Historia nos ha regalado personas cercanas (nuestra familia, educadores, religiosos y religiosas…y gente a la que hemos conocido) que han modelado nuestras vidas. También otros hombres y mujeres más famosos como deportistas, pacifistas, artistas, voluntarios… han dejado con sus vidas una estela de bondad y compromiso que nos han influenciado.

Veo ahora con preocupación las prácticas habituales de muchos de nuestros políticos. Su lenguaje se ha vuelto humillante y mal educado. Se busca el insulto, la descalificación, la burla, el escarnio del que piensa distinto. Los que, por su profesión, deberían enseñar el valor de la democracia, se han convertido, con excesiva frecuencia, en paladines de la agresividad y el odio.

¿Qué valores están transmitiendo con sus acciones? ¿En qué tipo de persona creen? ¿De qué pueden ser referentes para las nuevas generaciones?

Verlos y oírlos sonroja y hasta avergüenza. No sé si tienen conciencia de que están transmitiendo unos contravalores espantosos, mientras cobran por esgrimir su mala educación.

Qué pena. Me recuerda a aquellos de lo que habla Jesús en el Evangelio, esos tipos capaces de ver la mota de polvo en el ojo del prójimo antes que notar la viga que llevan en el suyo.

¿Qué ejemplo están dando? ¿Qué valores están transmitiendo?

Muchos de ellos, no hay duda, son los nuevos fariseos.

JOSAN MONTULL

LA EXPULSIÓN DE KANT

Desde hace muchos años soy profesor de Religión. Lo he sido en la antigua FP, en la vieja EGB, en el Bachillerato antiguo, y actualmente en la ESO, en el Bachillerato y en la Facultad con alumnos que escogen hacer unas asignaturas de carácter teológico.

En varias ocasiones ha habido alumnos que me dicen que no escogen religión porque no es útil. Otros me comentan para qué sirve la Religión. A estos últimos les suelo contestar que, para nada, que la Religión no tiene utilidad. Lo mismo que no tiene utilidad dar dos besos a la familia, estrecharse en un abrazo con alguien que sufre, o escuchar a un enfermo; francamente, no son estas actividades útiles o prácticas. Claro que tampoco tiene gran utilidad el complemento directo o la oración transitiva, por ejemplo. Tampoco lo es emocionarse en una película, admirarse por una pintura, fascinarse por un poema o conmoverse con una sinfonía. En ese sentido, nada más inútil e inservible que el arte, la interioridad o la filosofía, por poner un ejemplo.

Durante estos años, además, he enseñado Ciudadanía, Ética, Filosofía y Valores éticos, además de Lengua española y la Historia. Y, excepto la Lengua y la Historia, esas otras asignaturas siempre -independientemente del Gobierno de turno- han estado cuestionadas, cuando no atacadas, argumentando mil y una justificaciones en aras de una pretendida libertad que priva a los chavales la posibilidad de reflexionar por miedo a que sean manipulados.

Ahora le ha tocado el turno a la Filosofía. Al parecer, la nueva Ley de Educación va a prescindir de esta materia en la Educación Secundaria.

¡Qué quieren que les diga! Que probablemente haya detrás una sutil manera de concebir la Escuela con fines oscuros para que –por mucho que digan- los alumnos no piensen demasiado y sean fácilmente manipulables. Privar de la espiritualidad, la profundidad, el pensamiento, la moral o de la belleza de lo inútil a nuestros jóvenes no deja de ser tremendamente sospechoso. Si a algo nos ayuda la Filosofía es a hacernos preguntas, a dudar, a buscar respuestas, a bucear en la propia vida para darle sentido, a ensanchar la libertad. Creo que, tras de esta enésima modificación de los planes de estudio, se esconde un afán por fabricar ciudadanos prácticos, eficientes materialistas … y obedientes.

Si ya es una vergüenza que, a estas alturas de la democracia, no se haya conseguido un pacto educativo, perseguir sistemáticamente esas asignaturas es un auténtico escándalo.

Buda, Platón, Jesús, Kant y otras figuras referenciales de nuestra Historia están siendo expulsadas de la Escuela. Ya no interesan.

Ahora importan otras cosas. Lo que importa es producir.

JOSAN MONTULL

Maixabel

Mirarse a los ojos: MAIXABEL

Dirección: Icíar Bollaín (España 2021)  

Reparto: Blanca Portillo, Luis Tosar, Urko Olazabal, María Cerezuela, Bruno Sevilla 

Guión: Icíar Bollaín, Isa Campo

Fotografía: Javier Aguirre Erauso

El terrorismo de ETA ha sido llevado a la pantalla con más o menos acierto. Esta vez, con MAIXABEL, Iciar Bollaín hace una obra comprometida que supone un valiente alegato por la paz.

Maixabel Lasa pierde en el año 2000 a su marido, Juan María Jaúregui, asesinado por ETA. Once años más tarde, recibe una petición insólita: uno de los asesinos ha pedido entrevistarse con ella en la cárcel de Nanclares de la Oca /Álava), en la que cumple condena tras haber roto sus lazos con la banda terrorista. A pesar de las dudas y del inmenso dolor, Maixabel accede a encontrarse cara a cara con las personas que acabaron a sangre fría con la vida de quien había sido su compañero desde los dieciséis años.

El film está narrado con una sobriedad exquisita. Retrata con profundidad la vida y el alma de las víctimas y de los agresores. Ahonda en el sinsentido de la violencia y reivindica el arrepentimiento y el perdón como fórmulas para restañar heridas.

Bollain maneja la cámara y el montaje de un modo extraordinario. Hay secuencias memorables como la de la vuelta en coche de un terrorista recorriendo los parajes donde atentó mientras escucha subjetivamente los ruidos de las bombas, los disparos, los gritos y el llanto que provocaron sus acciones.

Nada de esto sería posible sin unos actores que hacen una composición magistral de sus personajes. Blanca portillo está inmensa, consigue transmitir el dolor de una forma contagiosa que lleva al espectador a conmoverse y a situarse en la piel de las víctimas. Luis Tosar y Urko Olazábal sobrecogen dando vida a unos arrepentidos, confuso, temblorosos, conscientes del mal que han hecho y necesitados de perdonarse a sí mismo y encontrar una patria distinta a aquella por la que han matado.

Cualquier opción ideológica que lleve a atentar contra la vida de un ser humano es absolutamente abominable, nunca construye nada.

Estamos ante una película de valores absolutamente cristianos. Una apología del perdón, del reconocimiento de la propia culpa y del arrepentimiento para mirar a los ojos el dolor producido. Al final, verdugos y víctimas son todos engullidos por el fatalismo de la violencia que nunca construye nada.

La mejor película de Iciar Bollaín.

MAIXABEL es una maravilla imprescindible.

JOSAN MONTULL