LA EXPULSIÓN DE KANT

Desde hace muchos años soy profesor de Religión. Lo he sido en la antigua FP, en la vieja EGB, en el Bachillerato antiguo, y actualmente en la ESO, en el Bachillerato y en la Facultad con alumnos que escogen hacer unas asignaturas de carácter teológico.

En varias ocasiones ha habido alumnos que me dicen que no escogen religión porque no es útil. Otros me comentan para qué sirve la Religión. A estos últimos les suelo contestar que, para nada, que la Religión no tiene utilidad. Lo mismo que no tiene utilidad dar dos besos a la familia, estrecharse en un abrazo con alguien que sufre, o escuchar a un enfermo; francamente, no son estas actividades útiles o prácticas. Claro que tampoco tiene gran utilidad el complemento directo o la oración transitiva, por ejemplo. Tampoco lo es emocionarse en una película, admirarse por una pintura, fascinarse por un poema o conmoverse con una sinfonía. En ese sentido, nada más inútil e inservible que el arte, la interioridad o la filosofía, por poner un ejemplo.

Durante estos años, además, he enseñado Ciudadanía, Ética, Filosofía y Valores éticos, además de Lengua española y la Historia. Y, excepto la Lengua y la Historia, esas otras asignaturas siempre -independientemente del Gobierno de turno- han estado cuestionadas, cuando no atacadas, argumentando mil y una justificaciones en aras de una pretendida libertad que priva a los chavales la posibilidad de reflexionar por miedo a que sean manipulados.

Ahora le ha tocado el turno a la Filosofía. Al parecer, la nueva Ley de Educación va a prescindir de esta materia en la Educación Secundaria.

¡Qué quieren que les diga! Que probablemente haya detrás una sutil manera de concebir la Escuela con fines oscuros para que –por mucho que digan- los alumnos no piensen demasiado y sean fácilmente manipulables. Privar de la espiritualidad, la profundidad, el pensamiento, la moral o de la belleza de lo inútil a nuestros jóvenes no deja de ser tremendamente sospechoso. Si a algo nos ayuda la Filosofía es a hacernos preguntas, a dudar, a buscar respuestas, a bucear en la propia vida para darle sentido, a ensanchar la libertad. Creo que, tras de esta enésima modificación de los planes de estudio, se esconde un afán por fabricar ciudadanos prácticos, eficientes materialistas … y obedientes.

Si ya es una vergüenza que, a estas alturas de la democracia, no se haya conseguido un pacto educativo, perseguir sistemáticamente esas asignaturas es un auténtico escándalo.

Buda, Platón, Jesús, Kant y otras figuras referenciales de nuestra Historia están siendo expulsadas de la Escuela. Ya no interesan.

Ahora importan otras cosas. Lo que importa es producir.

JOSAN MONTULL

Maixabel

Mirarse a los ojos: MAIXABEL

Dirección: Icíar Bollaín (España 2021)  

Reparto: Blanca Portillo, Luis Tosar, Urko Olazabal, María Cerezuela, Bruno Sevilla 

Guión: Icíar Bollaín, Isa Campo

Fotografía: Javier Aguirre Erauso

El terrorismo de ETA ha sido llevado a la pantalla con más o menos acierto. Esta vez, con MAIXABEL, Iciar Bollaín hace una obra comprometida que supone un valiente alegato por la paz.

Maixabel Lasa pierde en el año 2000 a su marido, Juan María Jaúregui, asesinado por ETA. Once años más tarde, recibe una petición insólita: uno de los asesinos ha pedido entrevistarse con ella en la cárcel de Nanclares de la Oca /Álava), en la que cumple condena tras haber roto sus lazos con la banda terrorista. A pesar de las dudas y del inmenso dolor, Maixabel accede a encontrarse cara a cara con las personas que acabaron a sangre fría con la vida de quien había sido su compañero desde los dieciséis años.

El film está narrado con una sobriedad exquisita. Retrata con profundidad la vida y el alma de las víctimas y de los agresores. Ahonda en el sinsentido de la violencia y reivindica el arrepentimiento y el perdón como fórmulas para restañar heridas.

Bollain maneja la cámara y el montaje de un modo extraordinario. Hay secuencias memorables como la de la vuelta en coche de un terrorista recorriendo los parajes donde atentó mientras escucha subjetivamente los ruidos de las bombas, los disparos, los gritos y el llanto que provocaron sus acciones.

Nada de esto sería posible sin unos actores que hacen una composición magistral de sus personajes. Blanca portillo está inmensa, consigue transmitir el dolor de una forma contagiosa que lleva al espectador a conmoverse y a situarse en la piel de las víctimas. Luis Tosar y Urko Olazábal sobrecogen dando vida a unos arrepentidos, confuso, temblorosos, conscientes del mal que han hecho y necesitados de perdonarse a sí mismo y encontrar una patria distinta a aquella por la que han matado.

Cualquier opción ideológica que lleve a atentar contra la vida de un ser humano es absolutamente abominable, nunca construye nada.

Estamos ante una película de valores absolutamente cristianos. Una apología del perdón, del reconocimiento de la propia culpa y del arrepentimiento para mirar a los ojos el dolor producido. Al final, verdugos y víctimas son todos engullidos por el fatalismo de la violencia que nunca construye nada.

La mejor película de Iciar Bollaín.

MAIXABEL es una maravilla imprescindible.

JOSAN MONTULL

Anton, su amigo y la revolución rusa

Tú eres mi hermano : ANTON, SU AMIGO Y LA REVOLUCIÓN RUSA 

Dirección: Zaza Urushadze 

Guion: Dale Eisler, Zaza Urushadze, Vadym Yermolenko 

Música: Patrick Cannell 

Fotografía: Mikhail Petrenko 

Reparto: Natalia Ryumina, Regimantas Adomaitis, Vaiva Mainelyte, Juozas Budraitis.

En 2014 el cineasta georgiano Zaza Urushadze presentó una película magnífica, “Mandarinas” que a punto estuvo de obtener el óscar a la mejor película de habla no inglesa. En “Mandarinas” el cineasta abordaba el tema de la guerra de los Balcanes con una extraordinaria humanidad. 

Esa misma humanidad es la que transita en su obra póstuma “Antón, su amigo y la revolución rusa”, que cuenta la historia inspirada en hechos reales de dos niños, uno cristiano, Antón, y otro judío, Jakob, cuya amistad logra sobrevivir por encima de los prejuicios, el odio y el paso del tiempo.  

En un pueblecito de Ucrania viven familias dispares entre la pobreza y la amistad. Antón y Jakob son muy amigos; juegan, saltan, conversan, se ayudan, se esconden de los adultos y cultivan una inquebrantable fidelidad. Pero esta relación idílica está marcada por la revolución rusa que, con frecuencia, les acerca a unos despiadados bolcheviques que roban, matan y provocan el horror en medio de mítines revolucionarios demagógicos. 

Los dos niños no son conscientes de este sufrimiento. La guerra incluso les trae la muerte de familiares (la madre de Jakob y el padre y hermano de Antón), pero son incapaces de comprender lo que pasa. 

La mirada de los niños es de una ternura excepcional. La violencia que les rodea corrompe todo el mundo de los adultos, incluso el del sacerdote, que encontrarán en la violencia y la venganza el único sentido de la vida. Pese a que el resentimiento y el odio están presentes en todos los adultos del pueblo, aún se dan gestos de generosidad y amor entre los vecinos, mezclados con otros de agresión y muerte. No hay duda, la guerra todo lo pudre.  

La comunidad rural consigue asestar un golpe terrible a un comando bolchevique y secuestrar al mismo Trotsky, autor ideológico de las masacres. Pero los niños se encontrarán con el secuestrado y el resultado será impredecible.  

Las conversaciones de los niños son de una ternura y una profundidad que contrastan con el universo de los adultos. Llegan a decir que no entienden un paraíso sin amigos, que el de los judíos y de los cristianos es el mismo. Mientras ellos, mirando las nubes, imaginan un Cielo plurireligioso, los mayores, mirando la tierra construyen un infierno sin Dios. “La vida es injusta”, dicen los adultos, “Ahora tú eres mi hermano” dicen los niños. 

La película apuesta por un ritmo lento y pausado y, pese a narrar una historia violenta, no se regodea en la violencia, sino más bien la sugiere. Los paisajes, abiertos y luminosos, son el contraste brutal con la cerrazón y oscuridad provocada por los acontecimientos bélicos. 

El reparto es coral y son muchos los personajes que aparecen en la pantalla, algunos con pocos minutos, pero con una fuerza inquietante (como la sádica camarada Dora y el canalla Trotski). Quienes más aparecen, eso sí, son los niños. En su mirada y en sus juegos se intuye un universo más humano y divino.  

La película no tiene un final vacío desesperanzado sino positivo y abierto a la esperanza; aunque la buena voluntad pueda provocar desgracias, la inocencia de los niños no será corrompida por la guerra de los adultos. La amistad estará por encima de las perversiones bélicas.  

Fotografiar el Cielo será posible, construirlo en la tierra, pese a todo, será factible. 

JOSAN MONTULL

Especiales

Elogio de la bondad: ESPECIALES

Dirección: Olivier Nakache, Eric Toledano

Francia 2019
Reparto: Vincent Cassel, Reda Kateb,

Aloïse Sauvage, Benjamin Lesieur
Guion: Olivier Nakache, Eric Toledano 

Fotografía: Antoine Sanier

Música: Grandbrothers

Desde hace tiempo Oliver Nakache y Eric Toledano vienen ofreciéndonos un cine amable y humano, capaz de hacer sonreír mientras se reflexiona sobre temas marginales. “C´est la vie”, “Samba” y –sobre todo- “Intocable” han dado a esta pareja de amigos cineastas un gran prestigio internacional. Su cine presenta con delicadeza realidades que nuestro mundo se esfuerza por ocultar (la enfermedad, lea inmigración ilegal…).

En “Especiales” vuelven a trabajar el tema de la exclusión social. En este caso el autismo y la inadaptación social se convierten en el centro de interés de este hermoso film.

La película está inspirada en la historia real de dos voluntarios extraordinarios. Daoud Tatou y Stephane Benhamou. Cada uno de ellos fundó por separado una Asociación para atender a niños y adolescentes autistas o en riesgo de exclusión. Los dos amigos unieron sus esfuerzos y están desarrollando desde hace años un proyecto maravilloso: jóvenes con alguna conducta asocial se comprometen en el cuidado de jóvenes autistas. Esta historia de generosidad y servicio es lo que presenta “Especiales” con una finura encomiable.

Sorprende que los dos voluntarios, en la realidad y en la película, pertenecen a confesiones religiosas distintas y consideradas antagónicas por muchos: un judío convencido y un musulmán practicante. Esa concepción religiosa no es obstáculo, antes, al contrario, para ponerse del lado de los débiles constantemente sin tirar nunca la toalla con ellos.

A la vez que desarrollan esa generosa labor humanitaria, la Administración les audita una y otra vez exigiendo de forma inmisericorde documentación y papeleo para dar crédito oficial a la bondad de los voluntarios.

Los veteranos actores Vincent Cassel y Reda Kateb dan vida a estos dos hombres buenos que han hecho de la entrega desinteresada la constante de su vida. Ambos están estupendos en sus interpretaciones. Su trabajo es absolutamente convincente.

Junto a estos dos actores, hay un plural elenco de noveles artistas, que son chicos y chicas que se interpretan a sí mismos. Voluntarios y jóvenes autistas desfilan por la pantalla con una naturalidad y una frescura sorprendentes. Destaca de modo extraordinario el joven autista Benjamin Lesieur, candidato al mejor actor revelación en los César por su papel de Joseph.

La película se ve con agrado y emoción desde el comienzo. Hay a lo largo de todo el metraje una permanente llamada a la esperanza y a la solidaridad. La inclasificable música de Grandbrothers está ajustada a momentos muy concretos invitando delicadamente a la reflexión y a la mirada profunda ante lo que ocurre en la narración.

El tono del film es tan emotivo como realista, tan dramático cono tierno. El espectador consigue emocionarse, no porque sea una película sensiblera (que no lo es), sino porque descubre en la pantalla la fuerza de la bondad y, de una o de otra manera, se siente llamado a ser mejor persona.

Hay en el film de Nakaché y Toledano un sinfín de valores que se muestran con una profunda humanidad: el valor de la vida -de cada vida-, la grandeza de las familias con hijos enfermos, la confianza en los jóvenes asociales para ser buenos a través de la solidaridad, la fe inquebrantable en los jóvenes autistas, la tolerancia religiosa y la colaboración entre las diversas confesiones, el perdón de los errores, la ternura como motor para transformar la historia, la búsqueda de soluciones ante las burocracias sin alma, la alegría y la fiesta como forma para estrechar la amistad y celebrar la solidaridad…son tantas las bondades de la película que ésta se convierte en una obra destinada a ser vista por personas dedicadas al voluntariado.

El final es hermosísimo. En una performance teatral, chicos chicas –voluntarios y autistas- se unen para hacer un bello espectáculo. Por otra parte, juntos a los rótulos de crédito finales aparecen las imágenes reales del trabajo diario que estas asociaciones siguen haciendo con estos jóvenes.

Las lágrimas de Cassel en los últimos planos, cuando ve interactuar a todos los chavales, se convierten en el emocionado reconocimiento de la fuerza transformadora del amor y en la denuncia a sistemas administrativos que, a fuerza de burocracia, quieren ahogar la generosidad.

Cine para el corazón.

Un canto a la bondad.

Una oda al voluntariado.

JOSAN MONTULL