VERÉIS LO QUE SON MILAGROS

Te escribo a ti que, sin conocerte, manifiestas tu escepticismo –cuando no, tu ironía- ante las devociones de muchas personas y tu negativa taxativa a aceptar los milagros en nuestro mundo porque consideras que toda esa fe forma parte de un pasado felizmente superado. Te escribo a ti, con la convicción de que tú, como yo, ya somos un milagro y estamos invitados a hacer milagros…aunque cada cual les llame de una manera distinta.

Vivimos tiempos de mirada corta. Mucha gente, como tú, dice que sólo cree en lo que ve, en lo empírico, en lo científicamente demostrable. Hay una gran dificultad para tener una mirada trascendente que vaya más allá de lo que tenemos delante.

Este estilo de vivir y mirar contrasta con el que han tenido los santos; en ellos hay una permanente visión espiritual de la existencia que les lleva a atribuir a la providencia divina realidades terrenas de la vida diaria.

Una de las frases atribuidas a un santo que conozco bien, don Bosco, es la que decía “Confiad en María Auxiliadora y veréis lo que son milagros”. Animaba así el sacerdote piamontés del siglo XIX a confiar totalmente en María, a tenerla presente en los momentos de dificultad, a invocarla cuando ya nada perece tener solución -en definitiva- a acercarnos a ella.

Yo creo profundamente en la intuición que hay tras esa frase. Baste para ello mirar que quien la pronunció comenzó su camino siendo un cura marginal, hijo de campesinos, rechazado por la curia y muchas autoridades eclesiásticas, que –desde la pobreza más absoluta- llevó a cabo una obra al servicio de la juventud necesitada que hoy está extendida en más de 130 países. Cierto es que, desde una mentalidad mercantil y financiera, nadie hubiera podido imaginar un proyecto tan absolutamente grandioso que, sin ningún afán económico, se extendiera por tanto países al servicio de los jóvenes más necesitados.

No nos tiene que extrañar que, en su lecho de muerte en 1888, el mismo Don Bosco dijera “Ella lo ha hecho todo” refiriéndose a la extensión de su Congregación en tantos países. Él se seguía viendo como aquel pobre campesino que, puesto en manos de la Virgen y bajo su influjo, había llegado incluso hasta en continente americano. Claro está que él se había dejado la piel y la vida en conseguir que aquella confianza en María se tradujera en una entrega incondicional a un proyecto extraordinario, partiendo de la fragilidad más absoluta, con un trabajo extenuante y una fe inquebrantable. Don Bosco vio, así, como un milagro toda la gran obra que había salido de sus pequeñas manos.

En los evangelios la palabra “milagro” significa “signo”; un milagro es un signo de una sociedad nueva que se está ya haciendo realidad y que en el lenguaje bíblico se designa con la expresión “Reino de Dios”. Milagros son pues trasformaciones extraordinarias de una persona o de un colectivo. No son magia, no son juegos de manos, requieren de la fe de la persona y comportan con frecuencia un desafío a las leyes (Jesús, por ejemplo, tocaba enfermos en sus milagros y ese contacto físico estaba prohibido por la religión judía). No en vano, a Jesús se le condenó, entre otras cosas, por sus milagros.

En los evangelios los milagros se hacen normalmente con los excluidos: pobres, mendigos, enfermos, endemoniados, vidas. Otras transformaciones, aunque no tengan nada de sobrenatural, sí que podríamos decir que lo tienen de milagroso: la conversión de Zaqueo, la de Mateo, el seguimiento valiente de María Magdalena.

Todo creyente acepta la posibilidad que Dios actúe extraordinariamente, providencialmente, pero, por otra parte, todos estamos invitados a hacer milagros, es decir, a tocar las realidades dolorosas de la Historia, aunque eso suponga un desafío a las leyes para hacer posible que este mundo nuestro sea un poco más humano…parecido a ese Reino de Dios que predicó Jesús. Creer en los milagros no significa, pues, cruzarse de brazos y esperar pasiva y resignadamente a que Dios –o la Virgen- lo hagan todo. Para el creyente, creer en los milagros supone creer que cada uno está llamado a hacer milagros. Dios, que es Padre pero no paternalista, cuenta con nuestras manos para humanizar la tierra. De nada vale la fe de alguien que cree en la intervención milagrosa de la Virgen si luego no está dispuesto a comprometerse en la transformación de la sociedad.

A don Bosco –como a todos los santos y santas- la confianza en la madre de Jesús le llevó a comprometerse radicalmente, más allá de unas fuerzas humanamente previsibles, en hacer el bien. Claro que el creyente pone sus fuerzas en manos de lo sobrenatural cuando vive situaciones difíciles…pero lo que se pide es ánimo para seguir adelante, no una huida cobarde. Rezar no es pedirle a Dios que Él haga lo que nosotros queremos, sino pedirle fuerzas para que nos ayude a que nosotros hagamos lo que Él quiere que hagamos. El “hágase tu voluntad” de Jesús es todo lo contrario al “haz mi voluntad”. Ni Jesús deseaba morir en la cruz, ni María deseaba que su hijo acabará ejecutado como un malhechor. Su poder no le sirvió para un beneficio propio…sino para aceptar la cruz y así transformar la Historia.

Querido amigo escéptico, creo que es urgente que hoy abramos los ojos; hay muchos milagros a nuestro alrededor y mucha dificultad para verlos, tal vez nuestra mirada esté acostumbrada a captar más fácilmente las desgracias que las bondades; hay personas buenas, soñadores que se van al Tercer Mundo a apostar por los más pobres, gente que cuida enfermos y ancianos, jóvenes monitores que se entregan educando a los más pequeños, colectivos que ayudan a inmigrantes y refugiados, personas que abren su casa a los que no tienen, voluntarios que a través de Cáritas o de otras asociaciones se comprometen por los más vulnerables, vecinos solidarios capaces de ayudar en tiempos complicados…hombres y mujeres, con gran variedad de credos y opciones, entiende la vida desde el compromiso por los demás. Y así, hay toxicómanos que dejan las drogas; chavales con heridas profundas que aprenden a caminar en la vida; enfermos que son amados; mujeres que por fin creen en sí mismas, refugiados que encuentran acogida… La generosidad produce milagros extraordinarios a nuestro alrededor.

Jesús denunciaba a aquellos que “teniendo ojos, no ven, y teniendo oídos, no oyen”. Existe la bondad y todas las devociones deben ayudar a multiplicarla. Es ahí donde encuentra sentido el “Sabréis lo que son milagros” que tú no acabas de aceptar. La auténtica devoción es confiadamente comprometida y generosamente entregada, lo demás es superstición.

Así que, ya sabes, abre los ojos, mira las situaciones de injusticia y dolor que hay a tu alrededor, mira tus manos y tus posibilidades…mira a María de Nazaret y confía en ella sabiendo que ella confía en ti.

Haz esto y, te lo aseguro, verás lo que son milagros.

JOSAN MONTULL

NOS QUEDA LA PALABRA

Por más que al empezar este 2020 hubiésemos imaginado situaciones diversas que afrontar, nunca hubiéramos pensando un escenario pandémico con listas de fallecidos, hospitales de campaña, militares en nuestras calles, morgues improvisadas, y nuestras vidas confinadas entre las paredes domésticas. Jamás hubiéramos intuido, con la prepotencia que nos caracterizaba, que nos íbamos a experimentar tan frágiles y aturdidos.

Tiempos difíciles, sí, los que nos están tocando y de los que estamos aprendiendo.

Entre las muchas enseñanzas que esta crisis sanitaria nos está dejando es una que habíamos olvidado: que todos nos necesitamos. Sí, todos. Somos imprescindibles todos.

Habíamos olvidado a nuestros abuelos y tan apenas se hablaba de ellos. Ahora nos hemos dado cuenta que necesitamos las Residencias de ancianos y a las personas que les atienden bien. Qué injusto ha sido el trato que muchos medios han dispensado a los trabajadores de estas Residencias… parece que sólo se habla de ellos ahora. Pero la realidad es que han sido ignorados durante mucho tiempo. Necesitamos cuidar a los cuidadores de nuestros ancianos.

Habíamos asistido al olvido de las familias, habíamos visto cómo se hacía espectáculo permanente de la infidelidad y el desamor. Habíamos escuchado que los niños eran del Estado Pero ahora han sido las familias las que se están desviviendo por sus hijos, por confinarse desde el amor. A pesar de las dificultades existentes, han sido las familias las que han tenido que convertirse en escuelas improvisadas para acompañar y estimular el aprendizaje de los hijos e hijas. Necesitamos protección para las familias.

Habíamos idealizado a los famosos, llevábamos en volandas a los deportistas enriquecidos y a los artistas excéntricos. Pero ahora descubrimos que hay otros héroes cotidianos que ayudan a vivir: profesionales de la sanidad, de la investigación, de la información… también de la cultura, de la informática, del arte, del deporte, de la música, de las tablas, de la magia, del baile …

Habíamos visto cómo muchos de nuestros jóvenes intelectuales tenían que irse de España para estudiar. Ahora vemos que necesitamos científicos para investigar y combatir la enfermedad y el sufrimiento.

Habíamos insultado e injuriado a los militares y a los profesionales, nacionales o autonómicos, de la seguridad, y ahora constatamos que necesitamos un ejército y unas fuerzas de seguridad democráticas al servicio de la convivencia y la paz.

Habíamos despreciado la espiritualidad y la mística, relegándola a lo pasado y caduco, y ahora vemos que necesitamos filósofos, religiosos y religiosas, que ayuden a dar sentido a la vida, a la fragilidad y a la muerte, que animen la solidaridad con todos y se esfuercen por tender puentes entre distintos credos.

Habíamos olvidado tantos oficios nobles considerándolos con poco “pedigrí”. Hasta hace muy poco la Formación Profesional había sido denostada en nuestro país y el acceso a la Universidad era algo casi obligatorio, aunque no hubiera ninguna vocación universitaria en muchos de los que accedían. Y ahora vemos lo importantes que son los trabajadores en las tiendas, en la reposición de productos, en el transporte, en los servicios funerarios, en la construcción, en las fábricas, en los bares, en las cocinas, en la limpieza, en las panaderías, en el campo…

Nos necesitamos. Todos nos necesitamos, pero creo que la clave del futuro para una auténtica regeneración moral va a estar fundamentalmente en dos colectivos en torno a los cuales tienen que pivotar muchas cosas: la política y la educación.

Hoy más que nunca necesitamos políticos que estén dispuestos a posponer sus ideologías de partido y a darse la mano con los adversarios para trabajar unidos por el pueblo sufriente. No necesitamos siglas, necesitamos hombres y mujeres que, con una conducta moral intachable, dejen de criticarse, abandonen las recriminaciones, y se pongan a trabajar juntos. Les hemos votado para construir la concordia, necesitamos que hablen, que dialoguen, que se sienten de tú a tú, que se sonrían, que imaginen el futuro. Necesitamos políticos que sean los profesionales de la palabra, del entendimiento y del acuerdo. Que sean servidores de la unidad y del bien común. Necesitamos, hoy más que nunca, a los políticos.

Y necesitamos a los educadores y enseñantes. Hoy urge una restauración ética de la convivencia. Nuestros niños y jóvenes van a necesitar soportes íntegros que les ayuden a madurar en una sociedad más cambiante que nunca. En todo este tiempo de incertidumbre, los educadores y educadoras se han convertido en piezas extraordinarias de construcción de sociedad. Necesitamos docentes que, alejados de la cansina diatriba entre pública y concertada, entre religiosa y laica…hagan de la Escuela un espacio de cultura, de aprendizaje de la convivencia y el diálogo, de profundización en la interioridad y la justicia…de recuperación social. Necesitamos docentes que sean testigos con su vida de la sociedad justa a la que aspiramos. Habrá, pues, que mimar las escuelas, habrá que proteger a nuestros docentes para volver a empezar todos juntos.

Parece que vamos a iniciar un tiempo nuevo. Tiene que ser éste el tiempo de la palabra, del ejercicio y del aprendizaje de la misma. Sólo el uso constructivo de la palabra nos hará ser mejores.

Hagamos nuestros los versos de Blas de Otero, porque también necesitamos poetas:

Si he sufrido la sed, el hambre,
Todo lo que era mío y resultó ser nada.

Si abrí los ojos para ver el rostro
puro y terrible de mi patria.
Si abrí los labios hasta desgarrármelos,
Me queda la palabra.

…Pido la paz y la palabra porque espero y creo
que necesariamente todos vamos a entendernos.

Políticos, educadores, todos juntos…estamos ahora urgidos a hacer realidad el poema.

El futuro ya ha comenzado.

JOSAN MONTULL

CUANDO TODO ESTO TERMINE

Escribo en plena pandemia. De pronto todo se ha detenido.

Nuestra forma de vida ha entrado en un letargo impensable mientras conocemos, absortos, el dolor y la angustia que esta enfermedad va dejando. La prepotencia del bienestar, de los viajes, los lujos y los gastos…todo ha quedado relegado. Muchas personas empiezan a experimentar el tedio y el aburrimiento…otros hacen cuentas, preocupados, imaginando un futuro que económicamente va a estar necesariamente herido. Así que, casi sin tiempo para reaccionar, hemos tenido que mirar nuestra historia, nuestra vida, incluso nuestro interior, con otra perspectiva. Nos estamos dando cuenta que no es fácil ver…que no vemos como antes. 

Me gustaría, pues, que este tiempo me enseñara a mirar.

Quisiera que, cuando todo esto termine, haya aprendido a ver los detalles pequeños que hay a mi alrededor cada día. Durante este tiempo de miedos e inquietudes miramos a sanitarios, trabajadores de supermercados, transportistas, farmacéuticos, panaderos, servidores del orden…a toda una legión inmensa de personas sencillas que se nos está haciendo imprescindibles. Quiero aprender a verlos siempre con respeto, admiración, y gratitud. No suelen ser famosos…pero ahí están, desviviéndose no sólo ahora…cada día.

Otros no se ven, pero están ahí. Sabemos de docentes, tantas veces denostados, que se han colado telemáticamente en las familias y acercan la escuela a las casas; conocemos iniciativas de animadores pastorales y religiosos, que se esfuerzan desde las redes sociales para ayudar a redescubrir el sentido de la vida. Intuimos en todo ello a los informáticos, auténticos malabaristas de la comunicación, cuya presencia escondida es hoy absolutamente imprescindible. Quisiera aprender a mirar con admiración y afecto a los que acercan la cultura, el pensamiento y la reflexión a través de la técnica, quisiera reconocer con aprecio a todos aquellos que, también desde su confinamiento doméstico, posibilitan la comunicación entre los hogares a través de unas pantallas más humanas que nunca.  

Vemos ahora a tantos voluntarios y voluntarias que animan la vida y mitigan el dolor donde descubren que pueden ser útiles. La gente que hace mascarillas y batas, los que llevan comida a ancianos, los que arriman el hombro para construir Hospitales con urgencia, … Toda esta legión inmensa de hombres y mujeres voluntarios que se están prodigando en esta pandemia tienen que enseñarme a mirar a los miles de personas que a lo largo del año entienden la vida desde la donación y el compromiso, aunque su discreción habitual les haga a veces invisibles. Siempre están entre nosotros, pero no acabamos de fijarnos en ellos.

Pero también intuimos y hasta palpamos mucho sufrimiento en la pandemia. Quiero que las lágrimas silenciosas de los que no pueden abrazarse ni despedirse en los momentos de dolor y muerte me enseñen a mirar con entrañas de misericordia a todos los que siempre tienen que vivir su pena en soledad sin que nadie se acerque a su sufrimiento porque pasa desapercibido.

También hay cosas que no quiero volver a ver. No quiero ver políticos que se insultan, se descalifican, gritan y hacen de la mala educación un distintivo de su vida. No quiero ver a presuntos famosos que en las redes sociales muestran banalidades y estulticias indignas de la inteligencia. No quiero que los programas del corazón, los realitys y toda la bazofia que, en aras de la libertad de expresión, llena de basura las vidas de mucha gente, merezcan una mínima mirada.

Hemos mirado a los ricos, a las presuntas celebridades, a los que despilfarran, a los niñatos adinerados y caprichosos, nos han querido encandilar mostrándonos los banquetes exquisitos, las pasarelas del glamour, las viviendas millonarias…Hemos podido estar invidentes y hasta deslumbrados ante tantas cosas apagadas.

Hoy, como el ciego del camino, desearía decirle a Jesús en estos días “Señor, haz que vea”.

Me gustaría que así fuera…que de verdad aprendiera a ver…que este confinamiento me fuera educando para que mi mirada fuera distinta…cuando todo esto termine.

JOSAN MONTULL

UN VIRUS PARA EDUCAR

De pronto se paró el reloj. Se cancelaron proyectos y se anularon las agendas. Lo cierto es que nos lo veíamos venir, pero fue un mazazo: llegaba una pandemia, había que confinarse en casa. De nada valían las excusas y las justificaciones; había que estar recluido las 24 horas del día. La responsabilidad y la solidaridad llevaban a meterse en la vivienda de cada cual –vete tú a saber hasta cuándo- y cambiar el ritmo de vida.

Y tuvimos que ingeniárnoslas para, en lugar de ser prisioneros del tiempo, llegar a ser dueños de nuestro propio tiempo…y no era tarea fácil.

Los mayores, reos de mil compromisos, teníamos que organizarnos en casa. Los chavales, con una agenda complicadísima en cuanto abandonan la Escuela, tenían que convivir con sus familiares las 24 horas del día. Ya no había extraescolares, ni fútbol, ni idiomas, ni música… De nada servían los abuelos, que tantas veces solucionan la papeleta, esta vez eran los progenitores los que debían estar en casa, armándose de paciencia, organizando los tiempos y los espacios, obligados a compartir, en una especie de Gran Hermano nacional, una situación de entrada angustiosa.

Y en esas estamos.

Son muchas las reflexiones que en estos días nos estamos haciendo en este confinamiento. A mí hay una que me ronda la cabeza. Ésta es una situación que podemos aprovechar como una oportunidad para la educación. Y me explico.

La pandemia que nos relega a nuestras viviendas puede ser una experiencia vitalmente tan intensa que favorezca la maduración de nuestros chavales. Por una vez, las privaciones, las dificultades, las incomodidades de la vida no van a tener que verse desde una pantalla o a estudiarse desde la literatura, o a maquinarse desde un juego electrónico. Sin que lo pretendiéramos, he aquí una experiencia difícil que hay que superar como un reto muy arduo, una especie de Campo de Trabajo en el hogar en el que cada cual tiene que privarse de muchas cosas (que antes parecían imprescindibles) y centrase en lo esencial.

El confinamiento puede ayudar a que nuestros chavales entiendan el valor del sacrificio y a apreciar lo que nunca sale en los medios: los médicos, los carteros, los profesionales del transporte, las personas que hacen la limpieza o que recogen la basura, la entrega de las fuerzas de seguridad, el papelón de los reponedores en las tiendas y de las personas que están en una caja cobrando…Toda esa legión de héroes anónimos que hacen posible nuestra vida nos aportan mucho más que tantos famosos, deportistas millonarios o artistas excéntricos ante los que tantas veces nuestra sociedad se ha puesto de rodillas.

Nuestros chavales tienen ahora una posibilidad extraordinaria para entender que los programas del corazón, que exhiben infidelidad y desamor, que animan por dinero a la falta de entrega, son un insulto a la vida de unos padres o familiares que, también en los tiempos difíciles, siguen apostando por el amor y la donación.

Estos muchachos confinados tienen la oportunidad de acercarse –aunque desde muy lejos- al drama de los sin techo, de los refugiados, de todos aquellos hombres y mujeres que no pueden recluirse en sus casas sencillamente porque no tienen. Vista así, la casa, lejos de ser una prisión donde nos confinamos, es para nosotros un privilegio y un refugio. Así descubrirán que el confinamiento no es igual para todos porque las enfermedades -que no hacen distingos de razas ni clases sociales- no pueden ser afrontadas de la misma manera por los pobres que por los enriquecidos.

Estos jóvenes encerrados en sus viviendas tienen la posibilidad de ver el valor de la cercanía, de los detalles sencillos, de la ayuda mutua, de la llamada cariñosa del favor desinteresado, de tantos gestos humildes que antes pasaban desapercibidos y adquieren una grandiosidad magnífica en los momentos de apuro. La propuesta de aplaudir desde las ventanas a las ocho de la tarde reconociendo el trabajo ingente y generoso de tatos hombres y mujeres les puede unir a muchos vecinos a los que ni siquiera conocía y que participan de la misma preocupación.

Nuestros chicos y chicas tienen la oportunidad de valorar de nuevo la vida de los abuelos, de los familiares distantes, de aquellas personas que les han cuidado con un cariño extraordinario y ahora necesariamente tienen que estar lejos, añorando como nadie el beso y la caricia.

Pueden nuestros adolescentes apreciar la escuela, a los docentes, a la gente que se esfuerza con entrega y profesionalidad por su educación, aunque a veces hayan sufrido tanto desdén social.

El dolor existe, como existe el sufrimiento, la dificultad, las contrariedades, las privaciones y todo aquello que se les está hurtando a nuestros jóvenes aun a riesgo de hacer de ellos personas frágiles, almibaradas y en nada resistentes a todas las frustraciones que les tocará vivir. Tal vez puedan descubrir, cuando volvamos a la vida cotidiana, que cosas como tirar un papel al suelo, ser ingratos, enfadarse por minucias, tener mala educación, no aprovechar el tiempo o menospreciar el entorno, por ejemplo, se convertirán en un desprecio enorme a las personas que les cuidaron durante el confinamiento.

Aprenderemos todos porque para todos ésta va a ser una experiencia única, no deseada, pero única. La historia será distinta el día que salgamos a la calle. Nada volverá a ser como antes. Posiblemente valoraremos como nunca las cosas sencillas y, por fin. podremos entender el valor de lo inútil, de lo que no cotiza, de lo aparentemente irrelevante pero que da sentido a la vida.

Estos chavales, que han sufrido el ninguneo en sus currículums escolares de las asignaturas humanísticas, están viviendo una situación vital muy intensa y que necesariamente tendrán que interiorizar. Habrá que ayudarles para que así sea. No se les puede dejar solos, ni ahora ni después. Habrá que acompañarles para que lo que están viviendo les ayude a madurar y crecer.

Y los adultos también aprenderemos de ellos. Serán la generación Covid 19, una generación con posibilidad de enseñar a sus mayores que las cosas más importantes son precisamente aquellas que nunca apuntamos en nuestras agendas.

JOSAN MONTULL