Llena de gracia

Los claroscuros de la fe: LLENA DE GRACIA

Full of grace. USA 2015

Dirección y guión: Andrew Hyatt

Fotografía: Gerardo Mateo Madrazo

Reparto: Bahia Haifi, Noam Jenkins, Kelsey Chow, Merik Tadros, Taymour Ghazi, Eddie Kaulukukui, Maz Siam, Noelle Lana, Ahmed Lucan, Noelle Romberger, Arti Sukhwani

Productora: Justin Bell Productions, Outside Da Box, ReKon Productions

Muchas películas se han aventurado a mostrar la figura de María de Nazaret. Normalmente el acercamiento artístico desde el cine a la figura de María se ha hecho en películas sobre su hijo. Las muchas vidas de Jesús llevadas al cine han tenido, lógicamente, que retratar a su madre. En menos ocasiones la Virgen se ha convertido en la protagonista del film.

En LLENA DE GRACIA los protagonistas absolutos de la obra son María y Pedro. Si bien, como diremos, se trata de una película difícil y no para cualquier público, su director Andrew Hyatt hace un acercamiento teológico excelente a la figura de María. Ahí está el gran mérito del film a la vez que la gran dificultad para el gran público.

Estamos en el año 43 DC, Hace unos 10 años de muerte y resurrección de Jesús. María vive retirada con la joven Sara, quien la cuida y atiende. Consciente de que es madre de la comunidad, llama a Pedro para que se reúna con ella.

Pedro está abrumado por los problemas que empiezan a surgir en el seno de la comunidad con la rápida expansión del cristianismo. Hay que elegir los textos fundantes, además tienen que definir el rumbo y discernir sobre el significado de la figura de Jesucristo como Hijo de Dios. Está muy preocupado por cómo interpretar la verdad de la que es testigo. Está sobrepasado ante la diversidad de culturas por las que el cristianismo se está extendiendo, Pedro no deja de preguntarse cómo hay que acercar a Jesús ante tantos y tan distintos hombres y mujeres. Tiene la responsabilidad, -que le recuerdan insistentemente los discípulos-  de decidir sobre importantes cuestiones, y se siente superado y bloqueado. Pedro reza y se presenta a visitar a la madre con una gran carga en el corazón. Está seguro de que ella podrá devolverle la serenidad

Y este encuentro es precisamente el meollo de la película. Gran parte de su metraje está dedicado a esos diálogos pausados de María y Pedro. Pedro trae preocupaciones y angustia, María aporta maternidad y recuerdo permanente de Jesús. Pedro, ante María, se desahoga. “Creen que conocen la verdad, pero no le conocen a él”.

Los diálogos son de una riqueza religiosa extraordinaria. El tono tranquilo invita a la meditación. Las frases se suceden y, con Pedro, nos sentimos invitados a reflexionar sobre la esencia de nuestra fe en un contexto cultura difícil, en el que el mensaje de Jesús parece no calar.

Pronto el espectador va haciendo suyas los interrogantes de Pedro. ¿Qué es la fe?, ¿Dónde queda el mensaje de Cristo en medio de la maraña eclesial?, ¿cómo ser fieles a Jesús sin aislarnos de este mundo?; ¿Cómo aceptar la Tradición y ser fieles a la novedad del evangelio?, ¿qué queda de la ilusión primera cuando ahora estamos en medio de preguntas teológicas para argumentar desde la razón nuestra fe? Estas preguntas de Pedro son, en definitiva, las preguntas de la Iglesia de todos los tiempos. La encarnación supone precisamente esto, no es únicamente que el Hijo de Dios se encarnara en un momento de la Historia determinado. Cristo encarnado se sigue haciendo carne en Historia en todos los tiempos. El Evangelio tiene que inculturarse en todos los tiempos y en situaciones diversas y cambiantes. ¿Cómo armonizar los tiempos actuales con el amor a Jesús?… esa es la pregunta clave. Pedro, en definitiva, se pregunta cómo hemos podido llegar hasta aquí.

Si las preguntas no son fáciles para cualquier cristiano, menos lo son para aquel que tiene la responsabilidad de animar y orientar a la comunidad. Y aquí aparece una de las genialidades de la película, María es la referencia perfecta para encontrarnos con Jesús en los momentos de dolor y de incertidumbre. María aparece como Madre (así la llaman los discípulos), que intercede y orienta.

Permanentemente María invita a mirar a Jesús, a recordar el primer encuentro con Jesús. Sugerentemente el rostro de Cristo no aparece nunca en la pantalla; en los flash backs en que se recuerda el primer encuentro, sólo aparece el rostro de Pedro o de los discípulos sintiéndose atrapados por la figura de Cristo, a quien han encontrado. Esta insistente referencia a Jesús que hace María queda perfectamente reflejada en una conversación que tiene Pedro con Sara, la joven que cuida a la Virgen. Pedro, algo avergonzado, le pregunta a Sara cómo puede ella tener tanta fe si no vivió con Jesús -como él- ni tan siquiera le conoció. Sara responde que “Yo estaba perdida y sola. María me abrió los brazos y se ocupó de mí cuando quedé huérfana. Me amó, aunque no tenía por qué hacerlo y por ella sé todo lo que ocurrió. Pero no fue eso lo que despertó mi fe.  No conocía a Jesús, pero, cuando le miro a ella a los ojos, o cuando observo cómo vive, es cuando sé que todo es verdad, lo veo a él en ella, lo oigo a él a través de ella”.

Esta sutileza poética y profunda de Sara se repite a lo largo del metraje del film. María le expresa a Pedro la dificultad de tener fue “La fe no es algo que se pueda expresar en unas cuantas palabras, es necesario que la vivamos, que la respiremos, y –sobre todo- que llevemos a la vida esa luz que es derramada sobre nosotros… aunque también se sufre en la luz… Pero la luz nunca desaparece del todo, el camino de la fe trae consigo una promesa, “la dulce promesa de que nunca seremos abandonados

En la reflexión sobre el dolor y la esperanza que comporta la fe, Pedro recuerda el martirio de Santiago, el primer apóstol asesinado. María recuerda a su vez el dolor de la muerte de los niños inocentes a manos de Herodes, dolor que quedó fijado en su memoria y que aún le persigue. Con la comunidad le rezan a Santiago pidiendo que interceda por ellos.

María sigue animando a mirar a Jesús en medio de las dificultades: La cuestión no es dejar de luchar -dice- sino a dónde miraremos mientras luchemos…hay que dejarse llevar por Jesús, el camino está marcado.

En una escena muy hermosa, la comunidad presidida por Pedro da la unción a María y celebra la Eucaristía. María aún tiene tiempo de dar los últimos consejos a sus hijos animándoles a recordar el día de la llamada, guardarlo en el corazón y cuidar ese recuerdo porque, como dice ella, Cuando os miro a vosotros veo el mismo rostro de mi hijo resucitado…Recordad el primer instante en que él os miró.

Tras la muerte de la Madre, Sara le pregunta a Pedro “Ahora qué haremos” a lo que Pedro, con una renovada convicción de ser el animador y responsable de la comunidad, le contesta: Haremos exactamente lo que ella hizo: escucharemos, seguiremos y confiaremos. Es hora de contar al mundo la Buena Noticia. Pedro, gracias a la intervención de la Madre, ha recuperado su fortaleza e ilusión para seguir guiando a la Iglesia.

La película, de bajo presupuesto y rodada en tan sólo10 días, se convierte en una bellísima reflexión teológica sobre el papel de María en la Iglesia. Se trata de un film eminentemente contemplativo; con un lenguaje relajado, la película cautiva y emociona por la belleza y trascendencia de los diálogos. La música de Sean Johnson y la fotografía de Gerardo Mateo, rodada con cámara en mano durante todo el metraje y con un tratamiento exquisito de la luz, hacen que todo el film sea una oración en las que se van desgranando letanías obteniendo pleno sentido: Madre de la Iglesia, Madre de la misericordia, Madre de la divina gracia, Madre de la esperanza, … Virgen fiel, Trono de la sabiduría… Consoladora de los afligidos, Auxilio de los cristianos…” 

Todo en el film destila espiritualidad. En la pantalla van desfilando los personajes tocados por un aura de luz que quedan sumergidos en el Misterio y que invitan al espectador a apropiarse de las respuestas porque comparte las preguntas.

“Llena de Gracia” entronca con los grandes de cine espiritual: Dreyer, Bergman, Bresson. Película tan hermosa como difícil, sólo apta para un público preparado y abierto a la reflexión. Pocas veces el cine ha reflejado con tanta profundidad la vida de María y el sentido de la auténtica devoción.

No es una película para ver, es una película para contemplar.

JOSAN MONTULL

VERÉIS LO QUE SON MILAGROS

Te escribo a ti que, sin conocerte, manifiestas tu escepticismo –cuando no, tu ironía- ante las devociones de muchas personas y tu negativa taxativa a aceptar los milagros en nuestro mundo porque consideras que toda esa fe forma parte de un pasado felizmente superado. Te escribo a ti, con la convicción de que tú, como yo, ya somos un milagro y estamos invitados a hacer milagros…aunque cada cual les llame de una manera distinta.

Vivimos tiempos de mirada corta. Mucha gente, como tú, dice que sólo cree en lo que ve, en lo empírico, en lo científicamente demostrable. Hay una gran dificultad para tener una mirada trascendente que vaya más allá de lo que tenemos delante.

Este estilo de vivir y mirar contrasta con el que han tenido los santos; en ellos hay una permanente visión espiritual de la existencia que les lleva a atribuir a la providencia divina realidades terrenas de la vida diaria.

Una de las frases atribuidas a un santo que conozco bien, don Bosco, es la que decía “Confiad en María Auxiliadora y veréis lo que son milagros”. Animaba así el sacerdote piamontés del siglo XIX a confiar totalmente en María, a tenerla presente en los momentos de dificultad, a invocarla cuando ya nada perece tener solución -en definitiva- a acercarnos a ella.

Yo creo profundamente en la intuición que hay tras esa frase. Baste para ello mirar que quien la pronunció comenzó su camino siendo un cura marginal, hijo de campesinos, rechazado por la curia y muchas autoridades eclesiásticas, que –desde la pobreza más absoluta- llevó a cabo una obra al servicio de la juventud necesitada que hoy está extendida en más de 130 países. Cierto es que, desde una mentalidad mercantil y financiera, nadie hubiera podido imaginar un proyecto tan absolutamente grandioso que, sin ningún afán económico, se extendiera por tanto países al servicio de los jóvenes más necesitados.

No nos tiene que extrañar que, en su lecho de muerte en 1888, el mismo Don Bosco dijera “Ella lo ha hecho todo” refiriéndose a la extensión de su Congregación en tantos países. Él se seguía viendo como aquel pobre campesino que, puesto en manos de la Virgen y bajo su influjo, había llegado incluso hasta en continente americano. Claro está que él se había dejado la piel y la vida en conseguir que aquella confianza en María se tradujera en una entrega incondicional a un proyecto extraordinario, partiendo de la fragilidad más absoluta, con un trabajo extenuante y una fe inquebrantable. Don Bosco vio, así, como un milagro toda la gran obra que había salido de sus pequeñas manos.

En los evangelios la palabra “milagro” significa “signo”; un milagro es un signo de una sociedad nueva que se está ya haciendo realidad y que en el lenguaje bíblico se designa con la expresión “Reino de Dios”. Milagros son pues trasformaciones extraordinarias de una persona o de un colectivo. No son magia, no son juegos de manos, requieren de la fe de la persona y comportan con frecuencia un desafío a las leyes (Jesús, por ejemplo, tocaba enfermos en sus milagros y ese contacto físico estaba prohibido por la religión judía). No en vano, a Jesús se le condenó, entre otras cosas, por sus milagros.

En los evangelios los milagros se hacen normalmente con los excluidos: pobres, mendigos, enfermos, endemoniados, vidas. Otras transformaciones, aunque no tengan nada de sobrenatural, sí que podríamos decir que lo tienen de milagroso: la conversión de Zaqueo, la de Mateo, el seguimiento valiente de María Magdalena.

Todo creyente acepta la posibilidad que Dios actúe extraordinariamente, providencialmente, pero, por otra parte, todos estamos invitados a hacer milagros, es decir, a tocar las realidades dolorosas de la Historia, aunque eso suponga un desafío a las leyes para hacer posible que este mundo nuestro sea un poco más humano…parecido a ese Reino de Dios que predicó Jesús. Creer en los milagros no significa, pues, cruzarse de brazos y esperar pasiva y resignadamente a que Dios –o la Virgen- lo hagan todo. Para el creyente, creer en los milagros supone creer que cada uno está llamado a hacer milagros. Dios, que es Padre pero no paternalista, cuenta con nuestras manos para humanizar la tierra. De nada vale la fe de alguien que cree en la intervención milagrosa de la Virgen si luego no está dispuesto a comprometerse en la transformación de la sociedad.

A don Bosco –como a todos los santos y santas- la confianza en la madre de Jesús le llevó a comprometerse radicalmente, más allá de unas fuerzas humanamente previsibles, en hacer el bien. Claro que el creyente pone sus fuerzas en manos de lo sobrenatural cuando vive situaciones difíciles…pero lo que se pide es ánimo para seguir adelante, no una huida cobarde. Rezar no es pedirle a Dios que Él haga lo que nosotros queremos, sino pedirle fuerzas para que nos ayude a que nosotros hagamos lo que Él quiere que hagamos. El “hágase tu voluntad” de Jesús es todo lo contrario al “haz mi voluntad”. Ni Jesús deseaba morir en la cruz, ni María deseaba que su hijo acabará ejecutado como un malhechor. Su poder no le sirvió para un beneficio propio…sino para aceptar la cruz y así transformar la Historia.

Querido amigo escéptico, creo que es urgente que hoy abramos los ojos; hay muchos milagros a nuestro alrededor y mucha dificultad para verlos, tal vez nuestra mirada esté acostumbrada a captar más fácilmente las desgracias que las bondades; hay personas buenas, soñadores que se van al Tercer Mundo a apostar por los más pobres, gente que cuida enfermos y ancianos, jóvenes monitores que se entregan educando a los más pequeños, colectivos que ayudan a inmigrantes y refugiados, personas que abren su casa a los que no tienen, voluntarios que a través de Cáritas o de otras asociaciones se comprometen por los más vulnerables, vecinos solidarios capaces de ayudar en tiempos complicados…hombres y mujeres, con gran variedad de credos y opciones, entiende la vida desde el compromiso por los demás. Y así, hay toxicómanos que dejan las drogas; chavales con heridas profundas que aprenden a caminar en la vida; enfermos que son amados; mujeres que por fin creen en sí mismas, refugiados que encuentran acogida… La generosidad produce milagros extraordinarios a nuestro alrededor.

Jesús denunciaba a aquellos que “teniendo ojos, no ven, y teniendo oídos, no oyen”. Existe la bondad y todas las devociones deben ayudar a multiplicarla. Es ahí donde encuentra sentido el “Sabréis lo que son milagros” que tú no acabas de aceptar. La auténtica devoción es confiadamente comprometida y generosamente entregada, lo demás es superstición.

Así que, ya sabes, abre los ojos, mira las situaciones de injusticia y dolor que hay a tu alrededor, mira tus manos y tus posibilidades…mira a María de Nazaret y confía en ella sabiendo que ella confía en ti.

Haz esto y, te lo aseguro, verás lo que son milagros.

JOSAN MONTULL

Ignacio de Loyola

Militante en la brecha: IGNACIO DE LOYOLA

Dirección: Paolo Dy y Cathi Azanza

Música: Ryan Cayabyab

Fotografía: Lee Meily

Reparto: Andreas Muñoz, Javier Godino,

Julio Perillán, Gonzalo Trujillo,

Isabel García Lorca, Lucas Fuica,

Mario de la Rosa,

Producción: Jesuit Communications Foundation

Filipinas 2017

 

El género hagiográfico sobre los santos ha gozado de gran popularidad incluso en estos tiempos. Muchos de estos films han sido seguidos por miles de fieles cristianos que han saboreado la grandeza de la vida de creyentes que les han precedido. También personas sin fe en la Trascendencia han experimentado en estas películas el placer del acercamiento a vidas de una grandeza ética extraordinaria. Cineastas clásicos como Dreyer o Rosellini, cineastas actuales como Joffe o Cavani han abordado desde perspectivas muy distintas la vida de estos grandes personajes de la Historia.

Con frecuencia muchos de estos films han sido utilizados en ámbitos escolares o parroquiales con más fines catequísticos que artísticos.

Este “Ignacio de Loyola” se presenta como una película difícil y profunda, más para ser degustada por espectadores iniciados en lo religioso o filosófico que para niños o jóvenes catecúmenos.

La película comienza con la infancia de Íñigo, marcada por un padre exigente y por la muerte de su madre y de un hermano. El afán de nobleza y de aventuras lleva al joven Loyola a una vida militar licenciosa, lejos de Dios y con una importante ausencia de moral. El honor, las batallas, los placeres banales y la victoria sobre el enemigo son los únicos motores de su vida.

Cuando en la batalla de Pamplona el joven es herido gravemente en una pierna, su vida se sume en el sinsentido y el vacío. Postrado en una cama y sintiéndose tullido, los supuestos valores sobre los que había edificado su vida se le antojan vacíos e insensatos. La reflexión del pasado, el remordimiento y el arrepentimiento marcarán un itinerario moral que le llevará a la búsqueda de una vida auténtica y a un compromiso con el Evangelio que por coherencia le hará afrontar los calabozos de la misma Inquisición.

Los filipinos Paolo Dy y Cathy Azanza codirigen este ‘biopic’ protagonizado por actores españoles a cuya cabeza está Andreas Muñoz que interpreta convincentemente a un Ignacio atormentado y buscador.

Hay en el film dos partes bien diferenciadas; en la primera, el joven militar vive aventuras bélicas y seductoras con una rapidez vertiginosa. Cuando los cañones franceses abren una brecha en las murallas de Pamplona, el joven e idealista soldado se pone en medio de la brecha para intentar frenar al enemigo. Está parte del metraje está marcada por una evidente falta de presupuesto que deja escenas como la batalla de Pamplona con una gran pobreza visual. Quiere aquí ser una película de aventuras que no acaba de enganchar y ser creíble por una producción muy escasa.

La segunda parte narra el periplo existencial de la conversión de Ignacio. En esta parte el film gana mucho y resulta ser mucho más convincente. Los directores nos dan a conocer que acoger el misterio de Dios en la propia vida es una batalla mucho más difícil que las que se libran con la espada y las armas de fuego. Tener que combatir contra uno mismo y contra la misma Iglesia a la que se ama no es sencillo.

Las voces en off del propio Ignacio, las reflexiones filosóficas y teológicas en voz alta, el juicio al que es sometido y que termina haciendo que los propios jueces se sientan juzgados…todo este itinerario moral y religioso está relatado con interés e inteligencia. Las imágenes recurren a la metáfora y a una plástica con efectos especiales bien construidos.

Ignacio irá descubriendo que ser cristiano es formar parte de otra milicia. La redención por la fe no se obtiene por una obcecación personal…pasa por la Iglesia, por más que ésta viva mil contradicciones. “No somos enemigos, estamos en el mismo bando” le dice Ignacio a uno de los inquisidores.

Interesante y más que correcta esta propuesta cinematográfica en torno a la vida de San Ignacio. No es una película de estampita…no es una hagiografía al uso; es el retrato de la conversión tormentosa de un hombre que fue capaz de revolucionar la vida de la Iglesia desde un amor crítico y desde una propuesta espiritual valiente y comprometida.

La brecha que en esa época se abría en la Iglesia era mucho más grande que la que había en la destruida muralla de Pamplona. En esa brecha, como en la de la capital navarra, se planta Ignacio para hacer frente con su vida a un estilo cristiano intolerante y prepotente que amenazaba la identidad de la comunidad cristiana.

Aquí sí acierta el film presentándonos a un Ignacio, herido pero erguido, cansado pero en pie, militante en la brecha para defender la vida de la Iglesia con las armas de la inteligencia, de la espiritualidad y del amor.

JOSAN MONTULL

Para más información podéis visitar la web de la pelicula :  http://www.peliculaignacioloyola.es/

 HACER CLICK EN LA IMAGEN INFERIOR PARA VER LA GUIA PARA PRENSA (Muy recomendable…)

 

El último lobo

Aullidos fascinantes: EL ÚLTIMO LOBO

Título original: Le dernier loup.

Dirección: Jean-Jacques Annaud.

Países: China y Francia 2015.

Duración: 118 min. Género: Aventuras.

Interpretación: Shaofeng Feng (Chen Zhen),

Shawn Dou, Ankhnyam Ragchaa.

Guion: Alain Godard, Jean-Jacques Annaud,

Lu Wei y John Collee;

basado en la novela “Tótem lobo”, de Jiang Rong.

Producción: Jean-Jacques Annaud, Xavier Castano y William Kong.

Música: James Horner.

Fotografía: Jean Marie Dreujou.

Montaje: Reynald Bertrand

Ha llegado a nuestras pantallas un film sorprendente, “El último lobo” del realizador francés Jean Jacques Annaud.

Annaud es un buen narrador, conjuga unas imágenes impecables con argumentos dramáticos de una gran densidad. “El amante”, “Enemigo a las puertas”, “El nombre de la rosa”, “Siete años en el Tibet” son un buen ejemplo de ello. En ocasiones es capaz de presentar historias en las que, como en el caso de “En busca del fuego” los diálogos son sustituidos por gruñidos y aullidos que dejan a la fotografía y la potencia visual toda la responsabilidad de la historia que se cuenta.

Hace unos años estrenó “El oso”. El film, de una factura técnica impecable, conseguía que en una película realista y de aventuras, el protagonista fuera un animal y no una persona. “El oso” encandilaba porque la historia que contaba era absolutamente dominada por un animal que se interpretaba a sí mismo, sin ningún rasgo humano, y se convertía en estrella central de un relato sencillo y apasionante.

Algo parecido ocurre con su reciente película “El último lobo”, una producción franco china que otorga el protagonismo absoluto de la historia a los lobos y se convierte en una fábula ecológica interesante.

En 1969 el joven estudiante Chen Zhen es enviado a Mongolia Interior para educar a una tribu de pastores nómadas según las directrices políticas de Mao Tse Thung. Pronto Zhen se siente atrapado vivencialmente por una tierra mágica y por unas personas enraizadas en el paisaje con una espiritualidad y un sentido de la comunidad y de la naturaleza que le fascinan. El pretendido maestro se convierte en un aplicado alumno deseoso de aprender hasta límites extraordinarios. En esta Mongolia hermosa, Zhen descubre la relación sagrada entre los pastores, la tierra y los animales. Va descubriendo la sencillez y la autenticidad de la vida comunitaria y se va dejando abducir por la criatura más temida y respetada: el lobo. Cuando la autoridad maoísta china ordene la aniquilación de los lobos, Zhen –desoyendo los prudentes consejos de la tribu- acoge a una cría de lobo, lo cuida con cariño y le ayuda a crecer. Los cuidados de Zhen y la naturaleza salvaje del animal pronto entrarán en contradicción.

Estamos ante un film absolutamente espectacular. La fotografía es de una belleza extraordinaria. La música del siempre brillante James Horner sublima unos paisajes magníficos que fascinan al espectador desde los primeros fotogramas.

En la película se plantean temas de una cierta relevancia: la espiritualidad del pueblo mongol, el carácter sagrado e inviolable de la Naturaleza, la fuerza de los antepasados y su pervivencia tras la muerte, el respeto al equilibrio ecológico que, cuando se rompe, pasa factura. La Naturaleza se presenta como una realidad mística que hay que observar y venerar. La tierra aparece como madre a la que vuelven sus hijos.

La aventura humana de Zhen le hace cometer locuras y aprender de la experiencia de los mayores, poco a poco irá experimentando la difícil contradicción de lo que significa amar animales que pueden hacer daño a las personas a quien uno más ama.

Pero la película se queda ahí, no va mucho más allá. No encontramos en este film de Annaud una profundización en la vida de los personajes, en sus aspiraciones y sus miedos. Los seres humanos que aparecen no tienen una relevancia especial. Da la sensación de que a Annaud no le interesan demasiados esos hombres y mujeres de la historia. No cabe duda, el protagonista total y absoluto es el lobo, los lobos. Uno se admira al ver la complicidad de estos animales ante la cámara. Están tan bien filmados, sus miradas reflejan tantos sentimientos e instintos que da la impresión de que están actuando como expertos actores. No en vano el equipo técnico tuvo que vivir y convivir durante tres años con unos lobos con los que consiguieron confraternizar a pesar de la su ferocidad.

Tan bella como entretenida, tan fascinante como sencilla, tan grande como superficial, “El último lobo” es una buena película, digna de ser vista en una gran pantalla. Sus imágenes apasionan hasta el punto de que, cuando han transcurrido unos minutos, el espectador no sabrá si es él quien mira a los lobos de la pantalla o si lo lobos, con esos ojos sobrecogedores, están mirando a cada espectador.

JOSAN  MONTULL