Salesiano, cura, profesor, licenciado en teología, twittero, educador, cinéfilo, teatrero, tertuliano, remo a contracorriente y apuesto a perder, uso el micro en la radio, el show en las tablas, la pizarra en el aula, el juego en el patio, la broma en la calle, la pluma en la prensa y todo lo que sea menester para acercar a Jesús a los chavales y construir una Iglesia sencilla y profunda donde todos puedan sentirse queridos y en casa.
REPARTO: Heikki Nousiainen, Amos Brotherus, Stefan Sauk, Pirjo Lonka.
El director finés Klaus Härö es poco prolijo en su producción. Se ha caracterizado por tratar historias personales, con muy pocos personajes y con una situación dramática en la que las personas tienen que tomar opciones cruciales. En “La clase de esgrima” un profesor de Educación Física tenía que elegir entre la fidelidad a un grupo de niños y la cárcel o la huida y la libertad. En “Cartas al padre Jacob” una mujer ex presidiaria tendrá que elegir entre el desprecio o la ayuda a un sacerdote ciego.
Esta vez, y siguiendo su línea habitual, nos presenta una película sencilla, profundamente humana, que invita a mirar las oscuridades de uno mismo cuando la relación con los otros aporta un poco de luz.
Olavi (Heikki Nousiainen), es un viejo marchante de arte que tiene una pequeña galería. Suele frecuentar las subastas de la ciudad en busca de alguna obra que le saque de su apurada situación económica. Un día encuentra un cuadro menospreciado por el que se fascina. Con su nieto de 15 años, al que hace mucho que no ve por profundas heridas familiares, emprende la búsqueda de la autoría de la obra. Finalmente descubren que el cuadro es un rostro de Cristo del gran pintor ruso Ilyá Repin. Abuelo y nieto emprenderán la busca de dinero para poder comprar la obra.
La película es un precioso cuento moral. A medida en que Olavi -viejo, terco y ególatra- vaya descubriendo el cuadro, tiene que descubrir su culpa en el distanciamiento familiar y el dolor que ha provocado su lejanía de los seres queridos. A la vez, va descubriendo la bondad que hay en la familia que él menospreció vislumbra también su propia bondad, en la que tan apenas creía. Hace tiempo que Olavi tiró la toalla de su vida y se ancló en el aislamiento. La obsesión por el dinero ha provocado la ruptura familiar y provoca los mercadeos infames en el mundo del arte.
Haro presenta un retrato de la fragilidad humana y de la posibilidad de redención que tiene toda persona cuando se enfrenta a sus propios demonios y es capaz de pedir perdón.
Todo el film es de una abrumadora sencillez. La bellísima fotografía hace que cada imagen se convierta en un lienzo en el que el color y la luz están formidablemente tratados. Haro manifiesta una estupenda soltura para retratar el alma humana.
En medio de esa historia apasionante en la que se busca descubrir la autoría de un cuadro misterioso, “El artista anónimo” es una bellísima película que nos invita a mirar en nuestro interior para descubrir que en cada uno de nosotros existe un verdadero artista capaz de pintar la propia vida con los más hermosos colores que llevamos dentro.
Te escribo a ti que, sin conocerte, manifiestas tu escepticismo –cuando no, tu ironía- ante las devociones de muchas personas y tu negativa taxativa a aceptar los milagros en nuestro mundo porque consideras que toda esa fe forma parte de un pasado felizmente superado. Te escribo a ti, con la convicción de que tú, como yo, ya somos un milagro y estamos invitados a hacer milagros…aunque cada cual les llame de una manera distinta.
Vivimos tiempos de mirada corta. Mucha gente, como tú, dice que sólo cree en lo que ve, en lo empírico, en lo científicamente demostrable. Hay una gran dificultad para tener una mirada trascendente que vaya más allá de lo que tenemos delante.
Este estilo de vivir y mirar contrasta con el que han tenido los santos; en ellos hay una permanente visión espiritual de la existencia que les lleva a atribuir a la providencia divina realidades terrenas de la vida diaria.
Una de las frases atribuidas a un santo que conozco bien, don Bosco, es la que decía “Confiad en María Auxiliadora y veréis lo que son milagros”. Animaba así el sacerdote piamontés del siglo XIX a confiar totalmente en María, a tenerla presente en los momentos de dificultad, a invocarla cuando ya nada perece tener solución -en definitiva- a acercarnos a ella.
Yo creo profundamente en la intuición que hay tras esa frase. Baste para ello mirar que quien la pronunció comenzó su camino siendo un cura marginal, hijo de campesinos, rechazado por la curia y muchas autoridades eclesiásticas, que –desde la pobreza más absoluta- llevó a cabo una obra al servicio de la juventud necesitada que hoy está extendida en más de 130 países. Cierto es que, desde una mentalidad mercantil y financiera, nadie hubiera podido imaginar un proyecto tan absolutamente grandioso que, sin ningún afán económico, se extendiera por tanto países al servicio de los jóvenes más necesitados.
No nos tiene que extrañar que, en su lecho de muerte en 1888, el mismo Don Bosco dijera “Ella lo ha hecho todo” refiriéndose a la extensión de su Congregación en tantos países. Él se seguía viendo como aquel pobre campesino que, puesto en manos de la Virgen y bajo su influjo, había llegado incluso hasta en continente americano. Claro está que él se había dejado la piel y la vida en conseguir que aquella confianza en María se tradujera en una entrega incondicional a un proyecto extraordinario, partiendo de la fragilidad más absoluta, con un trabajo extenuante y una fe inquebrantable. Don Bosco vio, así, como un milagro toda la gran obra que había salido de sus pequeñas manos.
En los evangelios la palabra “milagro” significa “signo”; un milagro es un signo de una sociedad nueva que se está ya haciendo realidad y que en el lenguaje bíblico se designa con la expresión “Reino de Dios”. Milagros son pues trasformaciones extraordinarias de una persona o de un colectivo. No son magia, no son juegos de manos, requieren de la fe de la persona y comportan con frecuencia un desafío a las leyes (Jesús, por ejemplo, tocaba enfermos en sus milagros y ese contacto físico estaba prohibido por la religión judía). No en vano, a Jesús se le condenó, entre otras cosas, por sus milagros.
En los evangelios los milagros se hacen normalmente con los excluidos: pobres, mendigos, enfermos, endemoniados, vidas. Otras transformaciones, aunque no tengan nada de sobrenatural, sí que podríamos decir que lo tienen de milagroso: la conversión de Zaqueo, la de Mateo, el seguimiento valiente de María Magdalena.
Todo creyente acepta la posibilidad que Dios actúe extraordinariamente, providencialmente, pero, por otra parte, todos estamos invitados a hacer milagros, es decir, a tocar las realidades dolorosas de la Historia, aunque eso suponga un desafío a las leyes para hacer posible que este mundo nuestro sea un poco más humano…parecido a ese Reino de Dios que predicó Jesús. Creer en los milagros no significa, pues, cruzarse de brazos y esperar pasiva y resignadamente a que Dios –o la Virgen- lo hagan todo. Para el creyente, creer en los milagros supone creer que cada uno está llamado a hacer milagros. Dios, que es Padre pero no paternalista, cuenta con nuestras manos para humanizar la tierra. De nada vale la fe de alguien que cree en la intervención milagrosa de la Virgen si luego no está dispuesto a comprometerse en la transformación de la sociedad.
A don Bosco –como a todos los santos y santas- la confianza en la madre de Jesús le llevó a comprometerse radicalmente, más allá de unas fuerzas humanamente previsibles, en hacer el bien. Claro que el creyente pone sus fuerzas en manos de lo sobrenatural cuando vive situaciones difíciles…pero lo que se pide es ánimo para seguir adelante, no una huida cobarde. Rezar no es pedirle a Dios que Él haga lo que nosotros queremos, sino pedirle fuerzas para que nos ayude a que nosotros hagamos lo que Él quiere que hagamos. El “hágase tu voluntad” de Jesús es todo lo contrario al “haz mi voluntad”. Ni Jesús deseaba morir en la cruz, ni María deseaba que su hijo acabará ejecutado como un malhechor. Su poder no le sirvió para un beneficio propio…sino para aceptar la cruz y así transformar la Historia.
Querido amigo escéptico, creo que es urgente que hoy abramos los ojos; hay muchos milagros a nuestro alrededor y mucha dificultad para verlos, tal vez nuestra mirada esté acostumbrada a captar más fácilmente las desgracias que las bondades; hay personas buenas, soñadores que se van al Tercer Mundo a apostar por los más pobres, gente que cuida enfermos y ancianos, jóvenes monitores que se entregan educando a los más pequeños, colectivos que ayudan a inmigrantes y refugiados, personas que abren su casa a los que no tienen, voluntarios que a través de Cáritas o de otras asociaciones se comprometen por los más vulnerables, vecinos solidarios capaces de ayudar en tiempos complicados…hombres y mujeres, con gran variedad de credos y opciones, entiende la vida desde el compromiso por los demás. Y así, hay toxicómanos que dejan las drogas; chavales con heridas profundas que aprenden a caminar en la vida; enfermos que son amados; mujeres que por fin creen en sí mismas, refugiados que encuentran acogida… La generosidad produce milagros extraordinarios a nuestro alrededor.
Jesús denunciaba a aquellos que “teniendo ojos, no ven, y teniendo oídos, no oyen”. Existe la bondad y todas las devociones deben ayudar a multiplicarla. Es ahí donde encuentra sentido el “Sabréis lo que son milagros” que tú no acabas de aceptar. La auténtica devoción es confiadamente comprometida y generosamente entregada, lo demás es superstición.
Así que, ya sabes, abre los ojos, mira las situaciones de injusticia y dolor que hay a tu alrededor, mira tus manos y tus posibilidades…mira a María de Nazaret y confía en ella sabiendo que ella confía en ti.
Haz esto y, te lo aseguro, verás lo que son milagros.
Intérpretes: Mark Wahlberg, Rose Byrne, Isabela Moner, Octavia Spencer, Tig Notaro, Eve Harlow, Julie Hagerty, Charlie McDermott, Iliza Shlesinger, Tom Segura
Guión: Sean Anders, John Morris
Música: Michael Andrews
Fotografía: Brett Pawlak
Hace poco el papa Francisco decía “En la medida en que somos acogidos y amados, incluidos en la comunidad y acompañados para mirar al futuro con confianza, desarrollamos el verdadero camino de la vida y experimentamos una felicidad duradera”
“Familia al instante” parece ser una parábola simpática
de estas palabras de Francisco porque trata precisamente de la acogida a niños
y niñas sin familia.
La acogida y la adopción de niños han sido tratadas en el cine en numerosas ocasiones. Películas como “Lyon”, “La pequeña Lola” o la más reciente “Thi Mai, rumbo a Vietnam” han contado desde géneros diferentes la dificultad de amar a niños y niñas cuya vida ha sufrido traumas impactantes.
El cineasta Sean Anders utiliza la comedia para contar la
historia de una pareja sin hijos -Pete y
Ellie- que se plantea la acogida de
menores porque, en medio de una vida cómoda y sin complicaciones, experimentan
una gran necesidad de amar y compartir lo que son.
Aceptados en un programa de acogida, acogen a tres
hermanos de origen hispano: Juan (un niño patoso y con una gran inseguridad),
Lita (un pequeña caprichosa y tierna) y Lizzy (una adolescente segura de sí
misma y manipuladora pero con una profunda desestructura interior).
En el hasta entonces tranquilo hogar de la pareja se va a
instaurar el desorden y el caos. Los berrinches, las cenas accidentadas, los
problemas con la familia, los portazos, los caprichos y las broncas van
apareciendo en una convivencia que va madurando en torno al conflicto. Los
niños van teniendo que asumir la exigencia que comporta sentirse amados y los
padres primerizos sufren el desconcierto de saber si lo están haciendo bien y
el desánimo de no ver los frutos deseados.
La película se ve bien, muy bien. Al guion le cuesta
arrancar pero en cuanto los niños hacen acto de presencia y entran en la casa
el espectador participa encantado del mismo ritmo vertiginoso que la familia
tiene que vivir.
Los conflictos son muchos, los miedos, las angustias, las
desconfianzas múltiples de los niños hacen que la pareja se plantee cómo es
posible amar, por qué el amor puede no ser correspondido; Pete y Ellie tienen
que plantearse también por qué hay que han querido adoptar y a quién beneficia.
La película, sin perder el tomo de comedia, va girando
hacia la seriedad y la reflexión inteligente y plantea un tema muy interesante:
la dificultad que hay para entenderse con las personas, por más que se las
quiera, cuando éstas han sido víctimas de situaciones de desestructura. Hay
personas a las que les cuesta amar porque nunca se han sentido amadas y hacen
de la desconfianza una actitud permanente para protegerse inconscientemente.
Con “Familia al instante” el espectador lo pasa bien, se
ríe, se emociona de una forma contenida y reflexiona. Los actores cumplen con
creces; Matt Wahlberg está estupendo en el
papel de abnegado aspirante a padre. Los niños presentan una frescura natural
magnífica, destacando Isabela Moner, joven actriz y cantante con unas películas
a sus espaldas.
El film está tratado, de principio a fin con un gran
cariño, no en vano el director, Sean Anders, se inspira nada más y nada menos
que en su propia vida. Él mismo declaró “…estamos hablando de mi vida; escribí la película
basándome en la experiencia que mi esposa y yo tuvimos al adoptar a nuestros
tres hijos del sistema de cuidado temporal (foster care); fue un proceso
difícil, súper desgastante y al final muy cómico el que nos convirtió en
familia”.
No hay que perderse los rótulos de crédito finales, en ellos, mientras
aparece cantando la joven actriz que interpreta a Lizzy, desfilan fotografías
de muchas familias de acogida que han colaborado en la película.
“Familia al instante” es una comedia familiar excelente. Amable, simpática y cargada de buenas intenciones que funciona estupendamente para el gran público.
Y el mensaje de la película rebosa humanidad: Amar es difícil, se nos dice, pero merece la pena porque la recompensa es extraordinaria.
Interpretación: Bill Murray (Vincent), Melissa McCarthy (Maggie),
Naomi Watts (Daka), Chris O’Dowd (Geraghty), Terrence Howard (Zucko),
Jaeden Lieberher (Oliver).
Producción: Peter Chernin. Música: Theodore Shapiro.
Fotografía: John Lindley. Montaje: Sarah Flack y Peter Teschner.
Diseño de producción: Inbal Weinberg
La reciente exhortación apostólica “Gaudete et exultate” del Papa
Francisco, en la que propone la santidad para todos, es un buen motivo para ver
este película de 2014 que habla, de una manera muy original, de la propuesta a
la santidad.
De vez en cuando el cine nos regala películas
sencillas que consiguen tocar el corazón del espectador sin recurrir a un
almíbar facilón. Cuando, como en esta ocasión, la película está firmada por un
director debutante, el regalo tiene más valor porque presagia otras obras de
buen cine. Éste es el caso de “St. Vincent”, película que sorprendió y fue aclamada
por el público en su día en varios festivales.
El film cuenta la historia de Maggie (Melissa McCarthy) una mujer separada, que llega a un barrio de Brooklyn acompañada de su hijo Oliver (Jaeden Lieberher) de doce años. Maggie tiene que trabajar muchas horas por lo que no tiene otra solución para su hijo que dejar que sea cuidado por un vecino cascarrabias, Vincent (Bill Murray), que acepta a regañadientes y por una nada desdeñable compensación económica, la custodia temporal de Olivier.
El niño está acobardado en el colegio, sufre el acoso de unos matones, es extremadamente sensible y frágil, no confía en sí mismo y está lleno de miedos. Vincent es un auténtico impresentable, borrachin, fumador compulsivo, maleducado, machista, grosero, sucio y egoísta. Mantiene una relación sentimental con una stripper, Daka (Naomi Watts), gasta su dinero en las apuestas y sólo mantiene una relación respetuosa con su gato.
Entre estas personas: la madre, el niño,
Vincent y Daka, comienza a surgir una química especial que les hará descubrirse
como seres humanos y dar lo mejor de sí mismos por los demás. Por otra parte, un
joven sacerdote y profesor de Oliver (Chris O’Dowd) anima a los alumnos a descubrir y
presentar algún santo que haya en la actualidad; el niño empieza entonces a
mirar al viejo gruñón con una mirada que nadie lo ha hecho, descubriendo que
–tras una apariencia de alguien repulsivo- se esconde un ser humano de buen
corazón.
La película, que podría ser previsible en sus
situaciones, se convierte pronto en un desenfrenado y agridulce producto de buen
cine con una factura técnica excelente y un ritmo preciso. Lejos de caer en
tópicos melodramáticos fáciles, “St. Vincent” es un canto a la vida, a la superación
personal y a la amistad.
El debutante Theodore Melfi maneja con una
extraordinaria habilidad el guión del film para que el ritmo nunca decaiga.
Además dirige de forma extraordinaria a un puñado de actores (tanto
protagonistas como secundarios) que están estupendos.
Mención aparte merece Bill Murray; la
película reposa sobre él. Su actuación es absolutamente extraordinaria; sin
excesos ni estridencias, con una mirada que habla, nos presenta a un tipo bueno
–un santo- escondido bajo una más cara de canalla. Murray está tocado de gracia
en este film y para mucho es la mejor actuación de su carrera.
La magnífica música de Theodore Shapiro se
combina con varias canciones entre las que destaca el tema de Bob Dylan “Shelter from the Storm”, cantado por Murray a
la vez que la oye en los auriculares.
Extraordinariamente humana y entretenida esta
película nos invita a mirar a las personas más allá de las apariencias,
sabiendo que cada ser humano, por más desajustado que esté tiene una cuerda
sensible al bien y, de una u otra manera, está llamado a la santidad. Ahí está
el mérito de la película, en invitarnos a mirar en profundidad y descubrir la
bondad del mundo a nuestro alrededor. Esta mirada el director la tiene también
con el mundo de la religión y de la Iglesia, que es presentado con respeto, ternura
y delicadeza. Hay que tener una mirada limpia y amplia, viendo más allá de las
apariencias, incluso el film nos anima a mirar en nuestro corazón para ver qué
posibilidades tenemos de vivir en santidad aunque seamos algo pecadores y
mezquinos.
A este santo de cine no le falta de nada, tiene humanidad, capacidad milagrosa, y hasta un animalillo beatífico que le acompaña, un gato de ancora que se deja acariciar por su dueño y que, a pesar del aparente desastre que ve a su alrededor, es capaz de mirar y confiar.